Prólogo

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Toda gran historia tiene una gran introducción. Excepto la mía, claro. Porque ni soy buena narradora, ni es el inicio de mi historia. Llegan a la mitad de ella. Así que, para conocernos mejor... les haré una pregunta. Una ya muy conocida.

Esa pregunta es: ¿Qué deseas ser de adulto?, ¿de qué quisieras trabajar? Esas son dos de las preguntas comunes que te hacen al conocer a alguien. Esta va acompañada de: ¿cuál es tu nombre? Y ¿cuántos años tienes? Quizás no en ese orden, pero creo que me doy a entender, ¿no? Creo que sí... hagamos de cuenta que sí me entienden, porque no soy muy buena dándome a entender. ¿Ya dejé en claro eso?

Bueno, ese no era el punto al que quería llegar.

Lo que quiero decir es: si a mí me preguntaras qué quiero ser. Te diría que cualquier cosa, menos lo que mi madre elija. Porque es la verdad, la absoluta y única verdad.

Mi madre siempre ha deseado que me encargue de la empresa que pertenecía a mi padre, pero eso no es lo que quiero. Es una carga muy pesada y mis hombros son muy débiles.
O esa era mi escusa. Y es que, llevar una empresa de la talla de Roos no es fácil.

¿Qué quiero ser en la vida?

-Quiero ser cantante. Y no cualquier cantante, quiero pertenecer a la industria del K-pop. ¡No lo puedes evitar, mamá! -es lo que había gritado entrando en mi habitación.

Cinco años atrás.
Justo el día en el que tomaría un avión rumbo a corea, persiguiendo mi sueño.

-Estás desperdiciando el tiempo, ¡persigues un sueño de papel! -gritó mi madre en respuesta-. Tienes quince años, eres inmadura y crees que el mundo es fácil solo porque naciste en una familia privilegiada.

Renée Leblanc, mi madre, me seguía de cerca por la estancia. Gruñendo y gritándome mientras me encargaba de preparar mis maletas, estaba decidida a irme.

-Escúchame muy bien, Mallory -me detuve, encarándola-. En un mes vas a volver arrastrándote y llorando porque esa estúpida idea que tienes no va a resultar como esperas.

Trague duro.

Recuerdo el nudo en mi garganta y las inmensas ganas que tenía de llorar por frustración al ver que a mi madre no le importaba en lo absoluto que no fuera feliz, ella únicamente me quería para trabajar con o para ella.

No quería pensar que mi madre me quería infeliz y haciendo lo que a ella se le antojara, entonces, como si leyera mis pensamientos, dijo:

-Terminaras trabajando en la empresa tarde o temprano -dictó con voz fría-. No pienso permitir que uno de mis hijos sea un fracasado con una carrera mediocre como la que quieres. Tienes que poner los pies en la tierra y abrir los ojos. ¡Deja de soñar idioteces, Mallory!

Luché por mantener mis lágrimas en mis ojos, levanté la barbilla. Quiera verme seria, decidida y valiente. Ella no me haría llorar, sus comentarios no me habrían hecho tanto daño de saber que probablemente tenía razón y que, al irme de la forma en la que lo estaba haciendo, perdería cualquier apoyo que ella podría haberme dado, por muy pequeño que este fuera.

-Gracias por el apoyo y tus sabios consejos, mamá -fue lo que contesté.

Salí de ahí con una maleta llena a medias con ropa, con solo el dinero que tenía en una pequeña cuenta bancaria que me había hecho a escondidas y un montón de sueños floreciendo en mi pecho, sanándolo del dolor que mi mamá me había causado.

De eso ya han pasado cinco años, mismos en los que me di cuenta -cruelmente- de que mi madre tenía una boca de profeta que Nostradamus hubiera envidiado.

Mi madre no me hablo durante esos años, y estoy segura de que movió las manos para encargarse de que ninguno de nuestros pocos familiares se atreviera a llamarme.

Cupido del DiabloDonde viven las historias. Descúbrelo ahora