La temperatura cae hasta los tobillos como un pantalón desabrochado,
cae como una hoja que un árbol deshereda
y luego se estremece con cierto asco y acusa al frío...
todo se precipita al suelo,
la serotonina es solo un recuerdo
que aún se siente áspero sobre mis muñecas...
el aire invade mis pulmones sin pedir permiso,
y la boca tuerce muecas que con la luz correcta podrían pasar por sonrisas,
pero ya no hay felicidad dentro de este cuero envejecido,
dentro de esta mente que parece un vegetal mohoso,
con ideas entrecortadas
con palabras que se auto fagocitan,
el tiempo sigue andando con la puntualidad del subterráneo de Tokio,
pero la paz parece incapaz de abordarlo
y yo aquí lo espero,
combinando analgésicos y vodka,
plegarias e inultos...
el invierno se sienta sobre mi cama,
su peso se siente sobre las piernas,
y sus intenciones insanas en los huesos,
como cuchillos afilados raspando la carne pegada
para que sea más fácil roer el calcio ralo
y chupar el tuétano como se chupa la cordura de quien ha perdido control de sus pasos,
de quien gasta más energía en disimular que aun se puede seguir caminando,
en lugar de detenerse
y esperar que los amigos se alejen uno a uno
como los sueños de adolescente,
el invierno ha llegado,
y mis articulaciones lo saludan solemnemente con un crujido,
y miro por la ventana y el cielo eyaculo tanta niebla
que toda la ciudad es opaca e incierta,
pero nunca tanto como mi vida.
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Entre las cobijas
PoesíaSugerente título, sin embargo, totalmente alejado a lo que hubiese escrito en mi adolescencia. Déjame contarte algo...veinte años han pasado desde la primera vez que mis articulaciones comenzaron a doler, a sentir como la piel se agrietaba desde den...