Sugerente título, sin embargo, totalmente alejado a lo que hubiese escrito en mi adolescencia. Déjame contarte algo...veinte años han pasado desde la primera vez que mis articulaciones comenzaron a doler, a sentir como la piel se agrietaba desde dentro, desde que los músculos se apretujaban al hueso como teniendo frío y luego simplemente se movían por si solos. Muchos años y doctores me vieron recetándome AINES, hasta que hace unos 6 años por fin uno de ellos le dio nombre al dolor: Fibromialgia. Desde entonces me he vuelto un adicto funcional, tomo una fuerte cantidad de analgésicos y relajantes musculares, así como anticonvulsivantes y antidepresivos. Pero el dolor escuetamente se mantiene a raya. Los poemas que he juntado en esta breve colección son aquellos escritos cuando las luces de la casa se han apagado, cuando el amor de mi vida yace acurrucado en su cama y mis fármacos se han disuelto en mi sistema y me dejan a merced de algo que no puedo extirpar. El dolor ha recrudecido como el invierno en mi ciudad natal y la depresión ha consumido mi esencia dejándome como una batería estructuralmente perfecta, pero sin carga alguna. Sí, estoy cansado y con ganas partir con dulzura como el humo que se escabulle de la chimenea del restaurante de en frente de mi casa. Hay días en los que no entiendo como logro ponerme de pie o vestirme, y mucho menos como logro impostar una sonrisa para realizar mis labores de teletrabajo. Así que, si has llegado hasta aquí y no temes adentrarte en mi mente, bienvenido seas.