2 1: "En efecto, es un libro".

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La voz de la docente resonaba en el salón. Un escalofrío recorría la espina dorsal, de cierto joven chaparro y de trenzas azules. Los bolígrafos eran azotados con nerviosismo, provocando un ruido insoportable pero que sonaba como un canto militar, al tacto de la madera de aquellos pupitres pintados de blanco.

Las dos hojas de papel por banco también eran acariciadas con cuidado, por las manos temblorosas y a veces algo sudorosas, de los chicos que atentamente escuchaban la propuesta de trabajo. Aquella prueba sería la primera, pero definiría si algo útil se llevaron en cuanto a conocimientos, respecto al año anterior.

Desde la perspectiva de Sal, básicamente se estaba tratando de ver si habían aprobado el año siendo imbéciles, y no merecían siquiera respirar en ese curso, o si era todo lo contrario y completamente para bien habían llegado hasta allí. Quizás desde lo personal, el joven Fisher estaba convencido de que aquel año había valido la pena, pero, en cuanto a estudios, ¿podría decir lo mismo?

No importaba; quería ese diez, y no solo para restregárselo en los rostros orgullosos, de quienes siempre confiaron en él, sino para sí mismo. Quería mirarse en el espejo y pensar en esa calificación, para estar seguro de algo: Ese año era suyo. ¿Y cómo no decirlo con seguridad, si las circunstancias futuras deparaban abundancia y salud?

Lástima que a veces, la bola de cristal no siempre es clara con lo que dicta.

─Pueden comenzar. Tienen cuarenta y cinco minutos hasta el primer receso, al que solo saldrán aquellos que hayan terminado la prueba antes. Y después, otros cuarenta y cinco minutos para los que necesiten terminarla, ¿entendido?─.

─Sí, profesora─ respondieron al unisono todos.

─Perfecto, comiencen. El tiempo es preciado, chiquilines, mejor aprovéchenlo antes de que se les escape─.

Como si fuese una carrera por ver quien lograba apuntar todos sus pensamientos, de forma clara y concisa, con el presente objetivo de sacar buena nota por ellos, todos comenzaron a garabatear sus hojas. Las preguntas eran leídas una y otra vez, y el sonido de las agujas del reloj, que sobre una pared del salón se hallaba, no dejaban de resonar en el espacio ocupado. Agujas de un reloj indicándoles que para bien o para mal, su tiempo estaban usando.

Preguntas típicas llenaban la cabeza de muchos jóvenes, pero en el caso de Fisher, su mente estaba entrenada para buscar dos cosas en una pregunta, y no necesariamente la respuesta. Una era, la trampa que en esta podía hallarse, para enmarañar sus pensamientos y hacerle fallar en el razonamiento, y la otra, era el encontrar palabras claves. Algo que leyendo el libro de la noche anterior, se marcara y le guiase al pasaje exacto, cuya respuesta a su pregunta se encontraba; esperando ser recordada.

El bolígrafo negro del peliazul se movió casi imperceptible sobre su mano; parecía incluso destacar un chispazo de calor, sobre la piel blanca de su dueño. Rápidamente el joven intentaba plasmar sus pensamientos, aún en constante organización y reorganización. No podía permitirse fallar por una sinapsis errónea de su cerebro, a causa de una distracción o pensamiento volátil, que con infortunio se paseara por su memoria.

Jamás. Eso sería caer de la forma más absurda posible, pero aún así, distracciones en su "travesía" hicieron acto de presencia. Una voz; un joven en particular cercano a su asiento, elevando su tono de voz para llamar la atención de su docente, y pedirle indicaciones con algo no comprendido. ¿Por qué demonios no podía tenerle un mínimo de respeto al labor de los demás, que seguramente estaban afligidos intentando hacer bien el examen, y como mínimo, se acercaba al escritorio de la docente y preguntaba en voz baja su duda?

Superfluo -【Sally Face】Donde viven las historias. Descúbrelo ahora