Capítulo 1

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Harry sentía todo su cuerpo entumecido, podía sentir sus huesos heridos, juraba que podía sentirlos volver a formarse, también los golpes, gimió de dolor, el pequeño niño extendió las manos por la cama notando la textura almidonada de las sábanas.

“Hogwarts” pensó al reconocer el aroma y la sensación de las sábanas del hospital, apretó los ojos recordando, las pruebas, como habían pasado cada una de ellas con una facilidad espeluznante, casi como si estuvieran pensadas para un niño de once años, recordó el perro que curiosamente se dormía de una forma muy sencilla y que Hagrid le había dado la respuesta, la planta, cuya información habían visto en sus primeras clases de Herbología a modo de generar interés en la materia, Harry recordó las llaves y la escoba, uno de sus mayores talentos parecía ser volar y atrapar cosas y eso fue exacto lo que hizo, el ajedrez, su mejor amigo tenía un talento nato para jugar con las piezas, las pociones, esa parecía ser la única que un niño no resolvería, después de todo no era una pregunta sobre pociones si no sobre lógica, pero de nuevo, su mejor amiga era excelente en esa área, aunque curiosamente casi no había leído el papel para saber cual debía de tomar, pero Harry no había tenido tiempo para reparar en ello, antes de ser empujado hacia las llamas, y luego, Harry volvió a gemir girando en la cama hasta hacerse una pequeña bolita, quería desaparecer, había matado a un hombre.
Harry recuerda  a su profesor de DCAO riendo de forma histérica, acercándose, diciéndole que había fallado pues siempre había sido Quirrel y no Snape, contando como había querido matarlo, como había fallado una y otra vez pues su maestro siempre estaba salvandolo, Harry había querido morir de la vergüenza por haber juzgado al hombre por su apariencia y las simples palabras de sus amigos, después de todo gracias a las historias de Ron y la lógica de Hermione es que se convenció de que Snape lo quería matar, él no se consideraba prejuicioso y lo había sido hasta la médula. Harry  recuerda la segunda cara en la cabeza de Quirrell, recuerda la promesa de su una familia, recuerda su mayor deseo, las lágrimas bajan por el rostro del niño de once años mientras recuerda cómo al tocar a su maestro el hombre se hizo cenizas, había quemado a un hombre, era un asesino, quizás ya nadie lo querría, o quizás el director le dejaría quedarse, por haber ayudado a atrapar al hombre que quería robarle la piedra. Suspiró, apretó fuerte los ojos, deseando desaparecer, deseando que todo fuera una simple pesadilla, quizás y con suerte, alguna alucinación después de la clase de pociones.

Severus camino de forma apresurada por los pasillos desiertos de  la escuela, todos los niños estaban durmiendo. Gracias a Merlín por eso, el pocionista no podía creer como no lo había notado antes, había supuesto que el día que pasara doleria como el infierno, o al menos como un Crucio, le adjudicó el hecho de no notarlo a la adrenalina de sacar a Harry de las profundidades de Hogwarts.  Suspiró de forma sonora, esta nueva información cambiaba todos los planes, esperaba que ahora todo fuera más fácil para el niño, porque después de todo, solo era un niño de once años y aunque él haya sido un bastardo estaba convencido de que Harry Potter solo debía vivir la vida de un niño, por eso sus padres habían dado su vida, no para que fuera el estupido símbolo de una crédula comunidad.

-Cucarachas fritas- dijo abriendo la gárgola, tenía un mal presentimiento, Severus colocó muy altos sus escudos mentales antes de entrar al despacho “Merlín nos ayude ahora” pensó antes de dar un paso dentro del despacho.

-Ha Severus.. pasa..- dijo el hombre de barba blanca y lentes de media luna que estaba sentado tras el escritorio de la oficina color rojo-Que puedo hacer por ti muchacho? Un caramelo de limón?-
“Odio esos caramelos, están bañados en pociones, de verdad crees que no lo noto Albus?!” grito internamente más simplemente respondió con una mueca.

-No gracias Director, vengo por esto..- dijo el hombre más joven mientras se alzaba la manga izquierda de la levita de pociones, mostrando la falta del característico tatuaje que lo había acompañado desde sus diecisiete años y que día tras día el hombre frente a él le recordaba que había sido un error no buscar ayuda  en él primero. Había odiado llevarlo pero más había odiado el día que se puso de rodillas ante el hombre frente a él, si no hubiera sido por la seguridad de su hermana y del que consideraba su sobrino jamás se habría humillado de esa forma.

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