Mentira

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—¿Qué dijiste? Eres un descarado. ¿No te da vergüenza pedirme semejante cosa? 

—No estoy hablando de coger. Solamente quiero hacer un experimento. 

—Claro. Un experimento… te creo. 

—Quiero experimentar con tu cuerpo. Me he dado cuenta de que tu calor puede apaciguar mis malestares. Ayer había saciado mi sed, aun así, sufrí otro episodio. Es la primera vez que presento dos episodios en un mismo día. Lo más extraño es que cuando recosté mi cabeza en tu pecho, el dolor disminuyó y poco a poco fue desapareciendo. Sentía mucha sed, tanta que mi garganta ardía. Creí que terminaría haciéndote algo muy malo. 

—¿Por qué crees que sucedió esto? 

—¿Hablas de mis dientes?

—Sí. Eso fue de la nada. 

—Me comenzaron a doler cuando sentí esa sed tan insoportable. En otras ocasiones he sentido ese dolor en los dientes, pero jamás tan fuerte como anoche. 

—Lo importante es que el dentista pudo lidiar con ellos. Ahora ya no te molesta, ¿verdad? 

—Aún me molesta. Hay muchas cosas que desconocemos y solo podremos conocerlas si trabajamos en equipo. Todo esto se agudiza cuando te tengo cerca. Por cierto, ayer me pasó algo muy extraño. Tuve el presentimiento de que algo malo te estaba ocurriendo. Eso no es lo extraño, sino que no recuerdo cómo llegué tan rápido, solo sé que cuando caí en tiempo, ya estaba tocando la puerta de tu casa. Es como si de alguna manera mi mente se hubiera desconectado por ese lapso de tiempo. Fue algo que jamás me había ocurrido. 

Por supuesto que yo también tengo curiosidad de saber lo que está ocurriendo entre los dos. De algo estoy totalmente segura, y es de que quiero llegar al fondo de esto. Incluso si no encontramos cómo volver a la normalidad, al menos quiero encontrar una forma de controlar esos impulsos. 

—Está bien. Hagamos ese experimento. Pero que te quede claro, no estaré totalmente desnuda. Lo tomas o lo dejas. 

—Lo tomo — nos estrechamos las manos y desvié la mirada, pues me hace sentir incómoda su mirada. 

Regresamos a casa a preparar nuestras maletas, luego nos encaminamos al aeropuerto donde el avión nos estaba esperando. No veía la hora de llegar a mi país y darle la sorpresa a mis padres, pero antes que nada, quería hacer algo más importante, y era ir a recoger mi certificado de matrimonio. Con eso podré presentarme ante un abogado.

—¿En este lugar fue donde te casaste? 

—Sí. 

—¿No pudo encontrar un lugar mejor? Esto parece una pocilga. 

Le pellizque el hombro para que bajara la voz, pues el hombre que nos estaba atendiendo se nos quedó viendo por encima de los espejuelos.

—Baja la voz, por favor. 

—¿Cuál me dijo que era su nombre, señora?

—Zaira Guzmán. 

—¿Está segura de haber contraído matrimonio aquí? 

—Sí, señor. ¿Sucede algo? 

—No hay ningún registro en nuestros archivos digitales ni electrónicos. Lo he buscado con su número de seguro social, con sus apellidos y el de su esposo e incluso fecha, pero no hay nada en el sistema. 

—¿Cómo es eso posible? Si yo firmé esos papeles junto a mi esposo. 

—Lamento informarle que no tenemos forma de corroborar la información que usted nos está brindando. Lo único que le puedo asegurar es que, si realmente hubiera contraído matrimonio en nuestra facilidad, ya hubiese aparecido el documento. Créame, en mis treinta años de servicio, el sistema jamás ha fallado cuando de encontrar un certificado de matrimonio se trata. Consulte eso con su esposo y luego regrese que con mucho gusto le estaré atendiendo. 

—¡Maldito hijo de puta! Salió bien cabroncito mi hermano. 

—¡No digas esas cosas en voz alta, Dereck!

¿Acaso eso también fue un engaño? Esa opresión en el pecho volvió a aparecer y mis lágrimas de frustración e impotencia no tardaron en aparecer. No puedo creerlo. He estado viviendo engañada por todo este tiempo. ¿Cómo pudo burlarse de esta manera de mí?

—No te pongas triste, calabacín. Si no hay certificado, significa que eres una mujer libre. Veamos el lado positivo, ahora te ahorras el tener que invertir en un abogado para divorciarte. Y lo mejor de todo, podrás frotar tu cuerpo contra el mío cuando quieras sin tener cargo de conciencia. ¿Me dirás qué no se oye rico?

Lo miré sorprendida, todo mi rostro se calentó al oír sus palabras, pero no solo por eso, sino porque las personas que pasaban por nuestro lado se nos quedaron viendo. No sabía dónde enterrar mi cara. Este tipo es un sinvergüenza. 

Promesa mortal I •Tetralogía mortal• [✓] Donde viven las historias. Descúbrelo ahora