Celo

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—¡A Zaira nadie la toca! 

—Tranquilo, no le haremos nada. Ya entendí que es importante para ti. Buscaremos otra solución donde no haya que involucrarla, pero necesito que te calmes. Estás muy alterado y eso no es bueno. 

—Me la llevaré de aquí. 

—No quiero que se vayan así. Te doy mi palabra de que no le haré nada. Es solo que necesitaré que me cuenten todo lo que han experimentado. También piensa en su bien, ella necesita ser atendida adecuadamente. 

—En el hospital le estaban dando el tratamiento y cuidado que necesita. Confié en ti y trataste de hacerlo daño a mis espaldas. 

—¿Podrías por un segundo ponerte en mi lugar? ¿Tienes una idea de lo mucho que me duele esta situación? Por mi culpa terminaste infectado. He querido encontrar una solución para devolverte la vida que tenías, la felicidad que sin querer te arrebaté. Es cierto, me equivoqué por no haberte consultado primero sobre esto, pero entiéndeme; eres mi hijo y te amo con toda mi alma, estoy dispuesto a todo con tal de ayudarte. 

—Si para ti «todo», significa hacerle daño a Zaira, será mejor mantenerte lejos. 

—Ya te dije que no le haré nada. Hablemos mejor en mi oficina. Espérenme allá. Permítanme solucionar esto adecuadamente. 

En cierto modo, sí me quedé fue por ella. Aun así, no estaba dispuesto a dejarla sola ni un instante. La traje conmigo a la oficina. Todavía su cuerpo era un manojo de nervios, por lo que la mantuve entre mis brazos, cubriéndola de todo a nuestro alrededor. 

—Relájate. Todo va a estar bien. ¿No te hicieron nada? 

—Estoy bien, no te preocupes. Ya se me pasará. ¿Qué es lo que quiere tu papá conmigo? — logró formular. 

—Te diré la verdad; desconocía de sus macabros planes. Lo menos que iba a imaginar era que quisiera experimentar contigo con el fin de encontrar una cura. Lamento ponerte en esta situación tan compleja. Todavía estoy decepcionado con mi papá. 

—Gracias — sus manos limpiaron mi barbilla y labios de la sangre seca de ese hombre.

—¿Por qué? 

—Por haberme ayudado. Tenía mucho miedo. 

—Lo haría todas las veces que sea necesario, calabacín.

Cuando mi padre regresó, se disculpó con Zaira. No iba a estar tranquilo hasta que lo hiciera. Especialmente por haberla asustado tanto. Todavía estaba alerta por cualquier cosa. Aunque para ser honesto, se veía más tranquilo. Nuestra conversación fue escalando, hasta comenzar a hablar sobre los eventos que hemos estado atravesando. Mi papá se veía muy intrigado con ciertos aspectos que aún desconocemos. 

—Su sangre es mucho más dulce para mi paladar y alivia por completo mis malestares. No importa cuánta cantidad ingiera tiene la capacidad de calmar mi sed. Lo mismo ocurre con ella. 

—¿Me estás diciendo que se han estado alimentando entre ustedes?

—Sí. Por cierto, hemos notado algo muy peculiar. Las heridas y mordidas sanan rápido. Creemos que puede deberse a nuestra saliva. 

Un hombre entró con unos documentos en mano y se los entregó a mi papá. Él los examinó con calma, subrayando algunos valores. Tardó varios minutos en romper el silencio. 

—Las muestras revelan que su sistema está libre de ese tóxico tan dañino. Al parecer, el virus ha contrarrestado y limpiado exitosamente su sistema, sin dejar rastro alguno. Es maravilloso cómo funciona. Existen tantas cosas que desconocemos. Siento que esto ha evolucionado mucho de la noche a la mañana— se quitó los espejuelos, y noté que de la nada su cuello y barbilla le comenzaron a sudar. 

—¿Estás bien, papá? 

—Sí, hijo. En esta oficina hace mucho calor. 

—Dereck… — sentí la lengua caliente de Zaira en mi cuello, y automáticamente percibí su excesivo y alarmante calor corporal. 

Su fuerte y dulce olor inundó las paredes de la oficina a una velocidad inaudita, nublando todos mis sentidos y erizando toda mi piel. Hace varias semanas no había presentado estos síntomas. No sabía cuán sensible me había vuelto a su olor, pero era evidente que esta vez, a diferencia de las otras ocasiones, el olor que emanaba de su piel era mucho más fuerte e intoxicante. Era el peor momento y requería de mucha fuerza de voluntad, porque estaba a punto de saltarle encima por esa misma necesidad de entrar en contacto con su piel. La manera en que frotaba sus senos en mi brazo no ayudaba en lo absoluto con el auto control. Me despertó de ese trance el ver a mi papá levantarse abruptamente de la silla, dejando caer la lámpara y los papeles, desajustando su corbata con desespero. 

—Papá, ¿te encuentras bien? 

Su rostro estaba rojo y sacudió ambas manos retrocediendo. Sin decir nada más, salió casi corriendo de la oficina y sin mirar atrás. No sé lo que le estaba pasando, pero se veía muy mal. Parecía como si no estuviera respirando adecuadamente. 

Promesa mortal I •Tetralogía mortal• [✓] Donde viven las historias. Descúbrelo ahora