Capítulo 1. El rastro de sangre

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1: El rastro de sangre

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2 semanas antes

Kayla

El día en que conocí a Mørk Hodeskalle me levanté al medio día, como de costumbre. Desayuné en mi habitación, leyendo algunas noticias en mi teléfono y pasé gran parte de la tarde preparando algunas tareas que tenía que entregar en la universidad.

No salí de mi cuarto hasta que estuve lista y no me crucé con ningún miembro de mi familia antes de subirme al auto. Supuse que la mayoría seguía durmiendo y no me molesté en preguntar a ningún sirviente por ellos.

Dejé mi cartera en el asiento del copiloto y revisé los mensajes de mi compañera de equipo antes de ponerlo en marcha.

—Señorita Kayla —dijo el mayordomo mayor, Barin, golpeando discretamente mi ventanilla. Me sobresalté, pues no era común verlo en el estacionamiento de la mansión. Me apresuré a bajar el vidrio—. Su madre me dejó encargado que le dijera que vuelva temprano estos días, ya que estima que tendremos visitas.

—Oh —respondí, frunciendo el ceño—. Está bien.

Barin se inclinó y retrocedió para dejarme marchar, sin decir nada más. Los guardias de seguridad me abrieron el portón y conduje por las calles de la ciudad preguntándome porqué tanto detalle en recordarme algo como eso.

No era usual que tuviéramos visitas, pero sí era usual que quisieran tenerme presente. Por lo general, venían a visitar a mi abuelo o a mi padre por cuestiones de negocios, pero también visitaban a mi abuela sus legendarias amigas. A mi tía la visitaban grandes pretendientes, pero ninguno era tan importante como para requerir que estuviésemos todos juntos al recibirlo.

Deambulé sobre el tema un rato más, muerta de curiosidad y con ganas de enviarle un mensaje a mi madre, pero me distraje llegando a la universidad. Debía entregar una presentación y mi otra compañera, Emma, estaba llamándome, aterrada, porque llegaría tarde a clase.

No me alteré y le respondí que lo manejaríamos para pasar a lo último. Sin embargo, apenas entré al aula, tomé asiento, abrí mi laptop y empecé a chequear los detalles finales, escuché la voz cínica de Gian Bettencourt detrás de mí.

—No sé para qué se esfuerza tanto... Debería ponerse de rodillas y eso sería suficiente.

La mayoría de las veces lo ignoraba. Gian tenía la inteligencia emocional de un niño de secundaria y el razonamiento de un frijol. Era tan básico que usualmente no podía comprender como alguien como yo, una completa desconocida, podía tener tanto dinero y pagar la matrícula de una universidad tan prestigiosa como esa, la mejor del Principado de Blanche, en realidad.

No era mi problema explicárselo y además tendría que caer en varios detalles de índole familiar que estaba entrenada para mantener en secreto. Gian jamás comprendería que cuando tienes miles de años es fácil acumular dinero y hacer negocios cada vez más discretos, de modo que nadie conozca, jamás, tu nombre. Al menos en el mundo humano.

Hodeskalle [Libro 1 y 2]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora