Cuando Kayla White, una semi humana y la menor de su clan, asesina por error a un compañero de clases, no tiene más opción que hacer un trato con Mork Hodeskalle, un vampiro milenario y peligroso que tiene una sola cosa en mente: llevársela a la cam...
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Kayla
Miré a mi padre mientras despotricaba. Quise preguntarle porqué me dejó ir en primer lugar, porqué incluso me acompañó, pero no lo hice. Tantas peleas me recordaban constantemente que yo no debía reaccionar, que no debía contestar mal...
Me mordí la lengua con tanta fuerza que sentí el sabor de mi sangre en vez de la de los vampiros que había atacado. La furia me brotaba del interior del pecho y nublaba todos mis sentidos. En el pequeño espacio del auto, los pensamientos de mi padre se me colaban por los poros. Mi magia estaba tan aguda que simplemente los reconocía sin intentarlo. Podía sentir su enfado y su frustración y eso solo hizo que me sintiera más y más desesperada por que se callara. Necesitaba que cerrara la boca.
Quería cerrársela yo.
—¡No debí dejarte ir! —gritó él, ajeno a todo lo que pasaba en el interior de mi cuerpo. Ajeno a mis temblores, ajeno a mi creciente descontrol, tanto como yo misma. No podía darme cuenta de lo que me ocurría—. ¿Qué se me pasó por la cabeza? ¡Te puse en peligro! ¡Soy terrible!
Exhaló bruscamente y se derrumbó sobre el volante. Emitió un sollozo, lo percibí roto. Y eso último comprimió la vorágine salvaje que se agitaba en mi interior. Fue solo un segundo, uno en el que parpadeé, pero mi mente se aclaró lo suficiente como para comprender que ese enojo y esa frustración que estaba en su mente no era hacia mí. Era hacia él.
—Estabas retándome —musité. Las palabras me salieron duras, secas. Mi voz no me pareció mi voz.
Papá levantó la cabeza.
—¿Qué? ¡No! —exclamó. Cuando lo miré a la cara, noté que había lágrimas pujando por sus ojos claros, iguales a los míos.
—Estabas diciendo que no te escuché, que no hice más que un desastre —repetí. Era un poco de todo lo que había dicho que mi cabeza sí procesó. Ahora, estaba intentando procesar qué era lo que pasaba por su cabeza y por qué decía que no.
Él se irguió.
—¡Por mi culpa! —contestó—. Te dejé ir allí, te acompañé, te apañé. Porque pensé que tenías razón, pero... te dejé en peligro de convertirte en algo peligroso. Kayla, la locura de la sangre tiene muy mala fama por una razón. ¡Porque es locura, literal! Creí que un poco no te haría daño y por Dios, lo creí tan mal. ¡Soy un padre terrible!
Parpadeé. Había arrugado la nariz sin darme cuenta y sacudí la cabeza en cuanto noté que la llamarada en mi pecho se había apagado solo un poco. Seguía estando alterada, acelerada, y me llevé una mano al corazón para confirmarlo. Fue como cuando bebí la sangre de Aleksi por primera vez.
—Te estás echando la culpa por mis acciones —afirmé, con cuidado. Hubo un momento de silencio. Papá solo se tapó la cara con las manos. Parecía un hombre mucho más joven de lo que yo sabía que era. Parecía realmente un treintañero afrontando una crisis.