23. La charla

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—Alice.

Levanto mi vista del escritorio y me giro para ver a mi madre de pie en el marco de la puerta.

—¿Sí, mamá?

—Llevas toda la mañana encerrada en tu habitación —comenta entrando de lleno en mi cuarto—. ¿Estás evitando a tu padre?

Mi ceño se frunce.

—No, ¿por qué lo haría?

—Dada su insistencia con que Sebastian venga a cenar... —Deja la frase inconclusa.

Parpadeo un par de veces antes de finalmente entender a qué se refiere.

—No, no lo estoy evitando —aseguro—. Si estoy aquí es porque falté dos días a la escuela y ayer no hice ninguno de los deberes que Zach me envió.

No estoy mintiendo para salir del paso, es una realidad la cantidad de trabajo atrasado que tengo. Además, el pequeño encuentro entre papá y yo la noche anterior pareció quedar en el olvido una vez pudimos dormir. Aunque en el desayuno, no olvidó recordarme que estaba castigada y que quería ver a Sebastian a la brevedad posible.

—De acuerdo —concede ella sentándose en el borde de mi cama—. No debería interrumpirte entonces, pero, creo que debería aprovechar que tu padre es el encargado del almuerzo de hoy para hablar contigo.

—¿Tú también quieres que traiga a Sebastian? —pregunto esperando que su respuesta sea negativa.

No quiero que Sebastian venga. Apenas llegamos a una clase de acuerdo anoche, el cual no incluye conocer a nuestros padres. Al menos, no tan pronto.

—Por supuesto, Alice —responde ella con tono condescendiente—. Te encontramos acostada en el sofá con un chico que apenas conocemos, tu padre y yo necesitamos saber quién es él.

Hago una mueca.

—Mamá, ni siquiera he tenido una cita real con él ¿de verdad crees que es sensato traerlo cuando ni siquiera sé si lo seguiré viendo?

—Eso debiste pensarlo mejor anoche ¿no crees?

Suspiro resignada.

—Están exagerando.

—No, claro que no. ¿Qué habría pasado si tu padre y yo hubiésemos decidido pasar la noche en el hotel? ¿Habrías pasado el resto de la noche con él?

Mis cejas se alzan ante una pregunta que no tiene respuesta.

—No lo sé, no estaba en mi plan quedarme dormida —admito.

Mi madre me estudia durante unos segundos, antes de asentir.

—Lo sé, cariño, y espero que entiendas por qué tu padre y yo insistimos tanto. No es propio de ti hacer lo que hiciste. Además... —Mamá duda, haciéndome fruncir el ceño.

—¿Además?

Suspira.

—¿Y si Sebastian hubiese intentado algo más?

Mi ceño se frunce.

—No entiendo.

—A tu padre le preocupa que no hayamos vuelto a tener la charla de sexo seguro contigo desde la primera vez que lo hicimos —explica ella.

Mis mejillas se sienten calientes al entender sus palabras anteriores. Exactamente igual a la primera vez que decidieron darnos la charla a Alina y a mí cuando yo cumplí dieciséis y ella quince, porque en ese momento Zach comenzaba a pasar más tiempo de lo habitual en casa y ambos empezaron a creer que entre él y yo podía ocurrir algo más.

Mil razones para dejarte ir. Serie Mil Razones 1Donde viven las historias. Descúbrelo ahora