1. Primer encuentro.

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—Te ves fatal —comenta Zach recostando su hombro contra el casillero contiguo al mío.

—No hace falta que señales lo obvio —replico mirándome en el pequeño espejo que descansa en el fondo de mi casillero.

Estoy pálida, ojerosa y mis ojos están enrojecidos.

—¿Volviste a llorar por mí anoche? Porque sabes que con una palabra tuya pasamos de ser mejores amigos a la mejor pareja que esta escuela haya visto jamás.

Blanqueo los ojos, sin embargo, termino riendo.

—Sabes que eso jamás pasará. —Y soy totalmente honesta.

Zach y yo somos amigos desde que tengo memoria, y desde entonces hemos sido como uña y mugre, pero jamás el amor fraternal que nos profesamos ha dado paso a algún otro sentimiento.

—Y yo estoy feliz con ello —declara haciendo que ría de nuevo—. Pero, en serio, te ves fatal.

—Te dije que no había que señalar lo obvio —repito acomodando mis lentes sobre el puente de mi nariz y cerrando el casillero.

—Espero que desvelarte estudiando haya valido la pena —comenta mientras rodea mi hombro con su brazo derecho.

—Por supuesto que sí —aseguro mientras ambos caminamos por el pasillo—. Y si se atreven a colocarme menos de veinte puntos, habrá problemas.

—Necesitas tomarte con más calma la escuela.

—No cuando quiero entrar a Harvard —rebato con un bostezo.

Apenas soy consciente de cómo nos miran, en realidad ya se me ha hecho costumbre.

Las personas creen que Zach y yo somos pareja, pero una pareja de mujeriego y masoquista, debido a que él siempre tiene ligues esporádicos, mi mejor amigo es realmente popular entre la población femenina de por aquí, sin embargo, es conmigo con quien almuerza cada día y a quien trae los días de lluvia cuando mi bicicleta no es el mejor medio de transporte.

—Pero no tomaste en cuenta que tenemos historia en nuestra siguiente clase —dice—. Que no te quedes dormida será un milagro.

—Espero que los litros de cafeína en mi sistema hagan su efecto por un par de horas más.

Zach ríe mientras entramos al salón de clases.

—Igual trataré de impedir que te duermas.

—De acuerdo —acepto tomando asiento uno junto al otro justo cuando la campana suena.

El señor Murray entra pocos minutos después, llevando un maletín y varios folios. Escribe en letras grandes sobre el pizarrón SEGUNDA GUERRA MUNDIAL y comienza un soliloquio sobre los detonantes de la misma.

Los minutos pasan y mis bostezos aumentan al tiempo que mis párpados comienzan a sentirse pesados, se cierran por sí solos para abrirse con rapidez a los pocos segundos. El señor Murray no parece darse cuenta de esto, ya que estoy sentada en la cuarta fila hacia atrás, por lo que decido cerrar mis ojos solo para descansarlos unos segundos.

Siento como si golpearan mis costillas, pero ignoro la desagradable sensación mientras intento concentrarme en la voz del señor Murray que es cada vez más lejana, tanto que de un momento a otro dejo de escucharla.

—¡Señorita Parker! —grita una voz haciendo que mis ojos se abran de golpe y me enderezo en mi asiento—. ¿Acaso le aburre tanto la historia mundial que no puede mantenerse despierta un par de minutos para escucharla?

Mierda.

Siento mis mejillas enrojecer cuando veo al señor Murray frente a mí y a mis compañeros mirarme con burla. Es la primera vez que me duermo en una clase.

Mil razones para dejarte ir. Serie Mil Razones 1Donde viven las historias. Descúbrelo ahora