44. Estoy aquí.

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—Sebastian —susurro apenas audible.

Adiós a mi pequeño lapso de calma.

Verlo es querer huir y al mismo tiempo querer brincar sobre él a besarlo. Querer gritarle que se vaya y sonreírle para que se quede. Pedirle un millón de explicaciones y simplemente abrazarlo. Pero sobre todo, mandar al demonio las mil razones que tengo para dejarlo ir, porque lo he extrañado.

No sabía que lo hacía hasta que lo he vuelto a ver, sonriéndome, como si estuviese esperando que yo saltara sobre él porque sabe que he añorado su presencia.

Dios, cómo me muero por estar en sus brazos.

—¿Quién es el nuevo miembro de la barbacoa? —La voz de Samantha me recuerda que no estamos solos.

Retrocedo un par de pasos, viendo cómo la mayoría posa sus ojos en mí, sobre todo mamá, quien me mira tratando de no sonreír.

—Sebastian, el novio de Alice —responde papá.

Abro mis ojos en demasía y quiero, no, necesito que me trague la tierra en este momento.

—¿De Alice? —gruñe Walter—. ¿Cómo demonios dejaste que eso pasara, muchacho? —interroga a Zach.

El cual solo levanta los brazos exasperado.

—Les he dicho mil veces que Alice y yo solo somos amigos.

—Igual no finjas que no te perturba que Sebastian esté aquí —interviene Alina con saña.

—¿Ahora sí vas a hablarme? —la cuestiona mi amigo.

—¿Alina y tú no se hablaban? —pregunta Samantha contrariada.

Busco con la mirada a mamá y ella de inmediato entiende su significado.

—De acuerdo, se calman todos —exclama atrayendo toda la atención sobre ella—. Si van a discutir, lo harán afuera porque Alice y el invitado especial tienen algo de qué hablar, así que, ¡el patio los espera!

Se cruza de brazos esperando que todos se marchen y cuando lo han hecho, la mayoría a regañadientes por supuesto, se voltea hacia Sebastian y le sonríe.

—Un placer verte, Sebastian. Puedes quedarte si así lo deseas.

—Mamá...

—Ya me voy, ya me voy —responde alejándose.

La veo desaparecer por la puerta corrediza que va al patio y es solo allí cuando me volteo hacia el recién llegado.

—¿Por qué estás aquí?

Su ceño se frunce.

—Me pediste que viniera.

—¿Qué?

—Me enviaste un WhatsApp diciéndome que tenías que hablar conmigo, que por favor viniera a tu casa y... Aquí estoy.

—Pero yo no te envié... —Mis ojos se entrecierran—. ¡Alina! —grito lo más fuerte que puedo, logrando que Sebastian dé un respingo.

Unos segundos después, la loca de la familia aparece, pero no se acerca a mí.

—¿Me necesitas?

—No te hagas la inocente ahora, ¡sé que fuiste tú!

Ella blanquea los ojos y saca el IPhone de su bolsillo, le quita el pequeño forro que lleva y me lo muestra, evidenciando que es de mi propiedad. Todo este tiempo estuvo usando el mío.

—Y tú no te hagas la indignada y mejor agradéceme por lo que hice. —Deja el teléfono sobre la encimera de la cocina y sale corriendo de vuelta hacia el patio trasero.

Mil razones para dejarte ir. Serie Mil Razones 1Donde viven las historias. Descúbrelo ahora