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CADA VEZ LE GUSTABAN MÁS LAS CLASES DE KARATE, y no solo por ser la mejor alumna junto a Miguel, si no que Melody disfrutaba el poder descargar su estrés con puñetazos o patadas.
Aquel día, Johnny se dedicó a corregir las posturas de sus alumnos para que pudieran lanzar un puñetazo casi a la perfección.
El rubio pasó al lado de Peters y una pequeña sonrisa apareció en la comisura de sus labios, luego se dirigió a corregir el apoyo de Hawk.
Sin embargo, le llamó la atención que uno de sus alumnos se encogiera efímeramente en su sitio en cuanto el hombre pasó a su lado.
—¿Acabas de encogerte, virgen?—Se acercó a otro chico y fintó un ataque, haciendo que también se encogiera de miedo—. Joder, sois todos unos cagones.
—¡Sí, sensei!—Melody frunció el ceño sin mover su postura.
«Esto tiene que ser una broma, ¿cómo demonios se supone que debemos aguantar a estos?»
—¡No era una pregunta! Levantad la mano si nunca os han dado un puñetazo en la cara—Todos levantaron la mano a excepción de Aisha, Miguel y Melody, lo que le resultó sospechoso al pelinegro ya que él no recordaba a él o a la otra chica impactando su puño en la cara de la castaña—. Bajadlas. Lleváis toda la vida evitando peleas para que no os rompan la nariz o un diente. O evitar una conmoción de nada. Solo hay una solución y esa es que antes de que os vayáis hoy, todos recibiréis un puñetazo muy fuerte en la cara. Señorita Robinson, adelante—Aisha asintió poco segura—. Haga que espabilen.
El hombre se dirigió a su despacho mientras la chica miraba a sus dos amigos con inseguridad. Ambos le dedicaron un asentimiento con la cabeza, animándola a hacerlo.
Después del primer golpe, Melody se dirigió hacia el botiquín que Johnny guardaba en el mostrador para poder parar la sangre que brotaba de las heridas que ocasionaba el puño de Aisha.
Miguel aprovechó que todos estaban ocupados para dirigirse hacia su sensei y pedirle consejo sobre una chica, aquella que parecía que no quería salir de su cabeza.
Samantha Larusso.
—Hola sensei, quería preguntarle una cosa.
—El botiquín está en el mostrador—Respondió sin levantar la mirada del anuncio de aquel torneo de karate—. ¿Alguno sangra?
—No... Bueno sí, pero quería hablar de otra cosa.
—¿Que pasa?—Preguntó el rubio apartando la revista y mirando a Diaz.