Capítulo 30 - Parte II

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-¡Nadia!-Me llamó Johnny.

Me crucé con él en el pasillo que llevaba al salón y me sorprendió verlo bien, pensaba que ya estaría viendo doble.

-¿Me buscabas?-Le pregunté.

Él asintió levemente con la cabeza y me indicó que lo siguiera a la zona de la piscina. La casa de Gael tenía tres patios; el delantero, el que tenía una piscina, y el de atrás.

Cuando llegamos, dediqué una mirada rápida a las pocas personas que habían ahí. Algunos estaban nadando a pesar de que fuesen las once y media de la noche, otros bailaban según la música que venía del salón, y otros pocos, estaban ocupados en diferenciar entre una silla y una persona. Maravilloso.

Johnny y yo nos alejamos un poco de todos y nos sentamos en unas sillas, frente a frente. Estuvimos varios segundos mirandonos fijamente, sosteniendonos la mirada tratando de no parpadear para no perder. Era un juego que nos mantenía distraídos por horas cuando éramos pequeños, y, de vez en cuando, dedicábamos un momento a revivir nuestra infancia entre una guerra de miradas.

Como no, ambos parpadeamos al mismo tiempo ya que nuestros ojos no aguantaban más.

-Ha sido culpa de la brisa que ha pasado.-Se excusó Johnny.

-Mhm.-Respondí, con una sonrisa de lado.

Los dos reímos y, tras unos segundos, nos encontrábamos de nuevo en silencio. La mirada del rubio se perdió por unos instantes y recordé lo mal que lo estaba pasando desde hace unos meses.

-Johnny.-El volvió a centrarse en mi.-¿Qué tal vas con ello?

Qué sutil.

Ignoré a mi conciencia y me centré en mi mejor amigo.

-No voy a llorar.-Me advirtió, soltándo una risilla.-Tengo días buenos y malos, pero mi abuela me cuida bien.-Respondió, encogiéndose de hombros.

La abuela de Johnny había sido mi abuela desde que teníamos memoria, ya que yo no conocía a ningún familiar mio,-excepto Julio y sus hijos-ella había sido la abuela que toda nieta necesitaba en su vida.

Me emocionaba siempre que íbamos a su casa, y, desde niña, me encantaban los pasteles que nos hacía. Claramente, según nosotros creciamos, ella también, y ya no estaba en condiciones de prepararnos tantas cosas, pero ahí íbamos Johnny y yo a intentar hacer tartas de chocolate, aunque no suene muy creíble, nos salían bastante ricas.

A veces.

Si, a veces.

-¿Y de tus padres no sabes nada?-Le pregunté.

-Supongo que siguen peleándose, pero, sinceramente, no me centro mucho en ellos.-Me dijo.-Sea o no sea yo el motivo de sus peleas, pronto nos marchamos y ya no tendré que soportar ninguna pelea más.

Era cierto, San Bernardino estaba a la vuelta de la esquina y ya no tenía sentido seguir luchando por cosas inservibles. Como la soledad de Daya, las peleas de los padres de Johnny, y, mi vida. Ya no servía nada de eso, se quedaría atrás en cuanto pisasemos nuestro nuevo hogar, si esque yo llegaba a vivir eso.

-Tienes razón.-Le dije, sonriendo para intentar tranquilizarlo.

-¿Algo que quieras contar tu?-Me preguntó, tras unos minutos en silencio.

-Que te voy a contar que no sepas ya.-Le respondí, divertida.

El rubio soltó una risa y volvió a centrarse en mi, dándome a entender que podría contarle cualquier cosa.

-Te iba a hablar sobre Nate, pero he recordado que todo ha sido tu plan.-Le reproché.

-Considerame tu alcahueta.-Soltó, con superioridad.

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