Capítulo 34

11 1 0
                                    


Johnny

Tras dejar a Nate en su casa arranqué el coche como si supiese a donde ir pero, en realidad, estaba perdido. Podía ir a casa de mi abuela y ella me trataría con el cariño de siempre pero, no quería asustarla entrando casi a las cuatro de la mañana y medio borracho. Asique, aunque no era capaz ni yo de creermelo, la mejor opción era mi casa.

Agradecía que no hubiese coches a esa hora, pues iba tan lento para no llegar rápido a casa que podría haber creado toda una fila de coches detrás de mí. Sinceramente, no sabía en que momento todo se jodió de esa forma. Yo era feliz y vivía agusto con los padres que tenía hasta que, de un día para otro, todo comenzaron a ser peleas y discusiones.

Al principio eran cosas insignificantes pero a medida que pasaba el tiempo las peleas se llenaban de gritos y se escuchaban más seguido el ruido de los cristales al impactar contra el suelo de la cocina, el salón, el patio, la habitación...cualquier lugar en el que ellos estaban, había conflicto.

Por mi parte, solía encerrarme en mi cuarto cada vez que empezaba a escuchar sus gritos. Me ponía música y enterraba la cabeza en la almohada mientras intentaba ahogar mis gritos y llantos de sufrimiento, claro estaba que ellos no eran conscientes de nada puesto que ya hacían demasiado ruido por sí solos.

Los meses pasaban y las peleas aumentaban, lo que todavía no entendía era por qué no se habían separado, qué los mantenía tan juntos para seguir bajo el mismo techo odiandose a más no poder. Varias veces quise pensar que la razón de seguir juntos era yo pero, un día me di cuenta de lo equivocado que estaba con esa estúpida idea.

Me di cuenta porque nunca me prestaban atención. Ni cuando estaban peleando ni si estaban tranquilos me hacían caso y, si solo estaba presente uno de ellos ni siquiera se percataba de mi presencia. Había llegado a un punto en el que no sabía si me ignoraban, si se habían olvidado de la existencia de su único hijo o si simplemente tenían tantos problemas dentro que no les apetecía lidiar con uno más. Pero de lo que sí estaba seguro, era que no aguantaría por mucho tiempo ese estilo de vida. 

A pesar de ir lo más lento posible, llegué a casa. Las luces estaban apagadas asique aquello me daba esperanzas de que estaban dormidos y yo podría hacer lo mismo preso de la resaca que tendría durante el resto del día. Bajé del coche y respiré hondo, se había convertido en una manía hacerlo antes de entrar a ese infierno. Entré sin hacer ruido y cerré la puerta detrás de mí, listo para irme a mi cuarto.

–Estaba esperando a que llegases.–Habló mi madre desde el salón provocando que diese un salto en mi sitio por el susto que me había dado.

¿Quería darme un infarto y deshacerse de mi?

Encendió la luz del salón y pude ver que estaba sentada en el sofá con las piernas cruzadas. Siendo sincero, me dió miedo la situación en la que nos encontrábamos pero no me quedó más opción que acercarme a ella con cuidado. Hacía semanas que no manteníamos una conversación.

–¿Dónde has estado?–Me preguntó con un tono suave, sin reproches.

–En una fiesta.–Dije con el mentón en alto.

El hecho de que siempre discutían y poco a poco dejaban de escuchar las anécdotas que les quería contar hizo que me cerrase a la hora de hablar con ellos y darles solo la información que necesitaban.

–Sabes que no me refiero a eso.–Me respondió.

Fruncí el ceño, ¿donde más iba a estar sino? Entonces me di cuenta, llevaba una semana con la abuela y no me había pasado por casa ni para coger ropa. Lo curioso era que se hubiese dado cuenta de que su hijo no estaba aunque, tampoco parecía que se había tomado la molestia de buscarme como haría una madre preocupada por la vida de su primogénito.

Realidad Deseada Donde viven las historias. Descúbrelo ahora