Capítulo 36 (FINAL)

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Nadia

Al fin, después de cuatro meses, podía salir de ese estupido centro en el que intentaban controlar nuestra manera de actuar y todo lo que hacíamos o dejábamos de hacer. El proceso había llegado a su fin y todo fue gracias a un pequeño plan que había creado con muy poca ayuda para salir de ahí.

Para ser sincera, al principio, no tenía mucha fe en que fuese a funcionar porque se suponía que los hombres altos y robustos que trabajaban ahí eran especialistas en el tema, pero, al parecer, todos y cada uno de ellos cometieron el error de no fijarse bien en el cambio repentino de su paciente. Claro estaba que ellos sólo querían alardear de lo que habían conseguido conmigo en tan solo cuatro meses pero, en la realidad, yo me estaba riendo en sus propias narices sin que ellos se diesen cuenta. Y jamás lo hicieron.

Ese era uno de los defectos que cometía ese "magnífico" psiquiátrico. Cuando terminaban el proceso con un paciente, inmediatamente, lo firmaba el psiquiatra con el que habíamos hablado mis padres y yo, y se ocupaban de guardarlo en un almacen lleno de todos los datos y estudios que habían hecho de cada paciente desde que comenzaron con ese maldito juego. Una vez que tú informe entraba en ese almacén, jamás volvía a salir ni ser tocado por alguien, a no ser que volvieses a entrar a ese manicomio.

Estaba en el cuarto que me habían asignado haciendo la maleta para irme, mis padres e Ismael estaban a tan solo una hora de llegar a por mí y no pensaba perder más el tiempo en ese sitio. De repente, escuché un toque en la puerta y cuando la abrí no me sorprendió en absoluto encontrar al psiquiatra. Al "superior" como algunos idiotas lo llamaban, realmente en esa pocilga trataban de lavarnos el cerebro.

–¿Ansiosa por irte?–Me preguntó, al asomarse y ver que estaba haciendo las maletas.

–Hecho de menos mi hogar.–Le respondí, encogiéndome de hombros y volviendo a lo mío sin prestarle la más mínima atención.

–Eso es bueno.–Me dijo, sentándose en la que había sido mi cama durante esos meses. Lo miré desconfiada.–Extrañar tu casa significa que el tratamiento ha funcionado y ha hecho que desees volver a tu antigua y única vida.–Me explicó.

–Mi madre tenía razón.–Pensé en voz alta.

–¿En qué?–Me preguntó el, curioso.

–Este lugar me haría desconectar tanto con el mundo exterior que me encontraría a mi misma.–Recité unas de las tantas cosas que mamá me había dicho para reconfortarme.

–Es una mujer inteligente.–Dijo, clavando la mirada en la mesilla de noche donde había una foto de mi familia.

En la habitación se hizo un silencio sepulcral y yo procedí a seguir empacando, su presencia no me iba a detener. Nada ni nadie podía hacerlo llegados a ese punto.

–¿Puedo hacerle una última pregunta?–Le dije mientras le daba una mirada rápida.

–Nadia, tan curiosa como siempre.–Dijo divertido.–Preguntame lo que quieras.–Añadió, prestandome atención.

–¿Qué le atrajo de todo esto para terminar creando este centro?–Solté la pregunta que tantas veces había cruzado por mi mente.

El inspector suspiró, tomándose unos segundos para responder y, mientras tanto, paseó la mirada por toda mi habitación con un cierto brillo en los ojos–de ver lo que había logrado, suponía–. Volvió a fijar sus ojos azules en mi y sonrió como tan solo yo lo había visto sonreír en ese centro.

–Te contaré una pequeña historia.–Dijo, señalándome la cama para que me pusiese cómoda.–Hace veinte años, estaba en la universidad estudiando derecho y tenía una novia. En una de las fiestas que había de la universidad, nos emborrachamos y pasaron ciertas cosas esa noche que hicieron que ella estuviese embarazada un mes después. Al principio queríamos abortar, tener un hijo sin haber terminado nuestras carreras iba a ser muy duro pero, decidimos asumir nuestras consecuencias y tenerlo. Un año después mi novia tuvo un accidente de coche y murió. Tuve que criar al niño solo y, cuando cumplió cuatro años, empezó a tener ciertos cambios de humor que no eran normales en un niño. Después de varios análisis, descubrí que tenía un trastorno de bipolaridad.

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