Capítulo VII-Parte I

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Joel

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Joel

Bien, tengo dos opciones, llamar a mi madre para decirle que mi supuesto novio vendrá a la casa, o llamar a Thomas y decirle que ni se le ocurra venir.

Bingo, la segunda opción es definitivamente la mejor.

Marqué de manera apresurada el número de Thomas... Espera, yo no tengo su número.

Mierda, y ahora ¿Quién podrá defenderme? No, el chapulín colorado no existe, y Antony y Claudia hace veinte minutos que se fueron de mi casa.

«Joel, piensa, se te están acabando las ideas». Me dije mientras me daba un golpe en la frente y marcaba el número de mi mamá.

—Hola —sonó su voz en el parlante del celular.

—Hola ma, ¿ya vienes? —le pregunté con voz tenue, lo menos que quería en esos momentos era que diera un espectáculo en media plaza de la ciudad.

—Si, llego en veinte minutos, ¿pasó algo? — preguntó con un tono de preocupación en su voz.

—Lo que pasa es que... Va a venir a la casa un amigo... —solté un suspiro de frustración y continúe — Bueno, en realidad es mi novio.

—¡¿Qué!? — exclamó mientras yo me tapaba los oidos para que sus gritos no me rompieran los timpanos. — En diez minutos llego a la casa, espero tus amigos ya no estén en casa.

Y colgó.

Genial, el panorama no se ve muy alentador que digamos y no sabía como se lo iba a explicar. «Si hubiese un concurso a los mejores pendejos de la historia, no cabe duda que yo me llevaría el primer puesto». Me regañe en tanto dejaba el celular en mi cama y me metía a la ducha para darme un baño rápido, lo más rápido posible antes de que mi madre llegara.

Estuve listo encinco minutos, opté por colocarme una camisa negra con un estampado de Akatsuki, una sudadera negra y unos zapatos color blanco con celeste. «Perfecto, te vez chulisimo, papito». Me repetí mientras me veía en mi espejo y, antes de que tomar mi celular para sacarme algunas fotografías, la puerta de la entrada de mi casa se abrió de golpe, y de pura suerte no me morí del susto.

Bajé corriendo por las escaleras, y cuándo llegaba al final de las mismas vi a mi madre con unas bolsas de compras mientras se sacaba los zapatos y se ponía sus chancletas de conejitos rosas.

Ella no tardó en darse cuenta de mi presencia, y se dirigió a mi mientras entraba presurosa a la sala donde se suponía ibamos a ver películas.

El reto que nos unióDonde viven las historias. Descúbrelo ahora