XIII

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Un mes después

Un pequeño peliverde se encontraba dentro de un pequeño lago intentando no hundirse en él en su forma youkai, aun le costaba manejar su cuerpo en esa forma, no le gustaba para nada.

—¡Esfuerzate más Izuku! –los gritos de su padre exigiéndole cosas eran normal para él desde que habían partido desde la residencia del kitsune.

—¡Es lo que intento! –al no poder mover la parte inferior de su cuerpo movía desesperadamente sus manos, pero al paso de los minutos se cansaba cada vez más, cuándo ya no lo soportó se dejó hundir.

Observaba como se alejaba de la superficie cada vez más, su padre volvería a enojarse con él luego de sacarlo de ahí. La parte inferior de su cuerpo estando en su forma youkai no lo escuchaba, así que dejaba que su cuerpo se hundiera en la fría agua, después de todo soportaba horas en esa forma, por lo que no se ahogaría.

Vio una sombra acercarse a él y supo que era su padre. Él enredó su cola alrededor de su cuerpo y comenzó a subir, al estar fuera del agua volvió a su forma humana mirándolo para que hiciera lo mismo, lo cuál hizo, ya que era lo único que le salia a la perfección, su transformación.

—Sigo sin entender cómo es que no puedes nadar Izuku, es tan natural como respirar para nosotros, pero no lo logras. –había cosas que aprendió de ese hombre en el transcurso de ese mes, una era que su forma de enseñar era muy dura.

—Kacchan jamás quiso que me acercara al estanque ya que era muy profundo y podría ahogarme en él. –sus manitos aprentaron fuertemente el kimono que traía puesto mientras su mirada estaba clavada en el verde césped.

—Te sobre protegió demasiado, no puedes hacer nada por ti mismo. –los labios del menor formaron una fina línea recta en demostración de desagrado, pero no contestó– Descansa, la siguiente vez no te sacaré hasta que lo logres.

—Entiendo señor. –aún se rehusaba a llamarlo padre, cosa que hería al mayor, pero el pequeño no podía llamarlo así, no de la manera en que lo trataba.

De manera lenta se levantó yendo hacia su mochila, buscó en ella ropa limpia y seca, tomó un hermoso kimono verde con flores en diferentes tonalidades marrones, le encantaba ese kimono, su tía Momo lo había elegido y él lo cuidaba mucho, como a los otros, pero ese era su favorito.

Le había costado aprender a colocárselo él solo, pero lo había logrado, al igual que a como acomodar su cabello con los pequeños adornos que también le habían regalado, lo tenía un poco largo; en ese momento extrañaba como el rubio cenizo lo cortaba con paciencia mientras le hablaba de diferentes cosas.

La ropa mojada estaba en una rama secándose y caminó un poco viendo que había flores bonitas creciendo un poco alejado de donde estaba antes. Juntó de diferentes tipos hasta que no cabieron más en sus pequeñas manos, para luego sentarse y comenzar a trenzarlas de a poquito, su tía Mina y su tía Momo le habían enseñado a hacerlo, y él, de vez en cuando hacia una y se la regalaba al kitsune, quien no se la quitaba en todo el día, mostrando felicidad siempre que le daba una.

Una idea cruzó por su mente y sonrió. Para cuando terminó se puso de pie y salió corriendo hacia donde estaba el mayor, cuidando de no estropear la corona de flores. Al verlo a lo lejos una pequeña sonrisa adorno su rostro.

— ¡Señor, señor! –éste giro a verlo y esperó a que llegara, al estar a su lado el pequeño sonrió aún más y le mostró lo que tenía en sus manos– Mire lo que hice para usted, creí que le gustaría y alegraría un poquito su día, mis tías me enseñaron a hacerlas.

El mayor tomó en sus manos la corona y con una mueca de fastidio miró al pequeño desaprobatoriamente, tirando al suelo el regalo y comenzando a hablar enojado.

—Se supone que debes practicar, entrenar, sacar provecho de este tiempo y lo que te enseñó, pero en vez de hacer eso solo haces tonterías como estas. –se acercó al menor pisando la corona de flores y éste solo quiso llorar, pequeñas lágrimas se formaron en sus ojos.

—¡Te odio! –el mayor se detuvo al oír eso– Odio estar aquí, eres malo conmigo y sólo me gritas, no quiero estar aquí, ¡quiero volver con Kacchan y mis tíos, no quiero volver a verte!

El pequeño sólo corrió dejando a un pasmado pelinegro atrás, quien miró hacia abajo y notó lo que estaba pisando.

El niño pecoso corría sin saber donde estaba, sólo quería alejarse del mayor que decía ser su padre, cuando sus piernas no lo soportaron más cayó al suelo boca abajo con sus lágrimas rodando por sus mejillas, sus manos y rodillas dolían.

— Kacchan tonto, no quiero estar aquí, me dejaste con un hombre malo... –su llanto iba en aumento, llamando la atención de alguien que andaba cerca.

De un momento a otro sintió una punzada en una de sus mejillas, notando una flecha demasiado cerca de su rostro, pero se asustó aún más al notar como era levantado desde el cuello de su kimono quedando sus pies alejados del suelo, al mirar hacia el frente viendo a un humano quien lo sostenía.

—Vaya, solo es un niño, aunque tus prendas no son de humanos... –el niño al asustarse transformó sin darse cuenta sus ojos y dientes gruñendole a la persona frente a él, quien mostró una mueca de asco– Ya me parecía, es imposible que niños humanos estén por aquí, no te preocupes, será rápido y no lo sentirás en absoluto.

El peliverde se asustó al ver como sacaba una daga, por lo que transformó sus manos dejando crecer sus uñas y logró herirlo para que lo soltara, apenas su cuerpo tocó el suelo corrió lo más rápido que pudo, tenía miedo, solo quería estar en cama con el kitsune mientras éste le contaba historias.

— ¡Maldito monstruo, ven aquí! –oyó como venia detrás de él y lágrimas volvieron a fluir por su rostro, tenía miedo– Ya no seré amable, ¡vas a sufrir pequeño monstruito!

De pronto chocó contra algo y fue levantado en brazos, por el olor supo que era el youkai mayor, así que escondió su rostro y tapó sus oídos, pero de todas maneras escuchó gritos, un movimiento brusco y luego silencio, pasados unos minutos abrió sus ojos, estaban de nuevo en su pequeño campamento.

—Quiero irme con Kacchan, este lugar da miedo, no quiero estar aquí, llevame con Kacchan... –no lograba parar de llorar y el mayor se sintió mal por ello, no sabía como tratar con niños.

—Izuku, sé que no quieres estar conmigo, sé que Bakugou es para ti tu familia y yo no pretendo que dejes de quererlo o te olvides de él... –logrando que lo mirara a los ojos acarició el peliverde cabello con tranquilidad– Sé que soy muy duro contigo, pero quiero que aprendas rápido a protegerte sólo para que no te pase nada malo, no pude proteger a tu madre, Inko era mi vida, siempre voy a protegerte, pero es necesario que aprendas a hacerlo por ti mismo también.

A pesar de que todo era difícil para él, el pequeño pecoso asintió lentamente con lágrimas aun mojando sus mejillas, lo que hizo sonreír al mayor.

—Prometo que cuándo estés listo te llevaré con Bakugou, y si así lo quieres no volveré a molestarte nunca más. –sentia que su corazón dolía al decir esas palabras, pero vio a su hijo sonreír y prefirió eso a verlo llorar siempre.

Luego de eso, todo mejoró, con más ayuda del mayor el pequeño peliverde logró aprender a manejar su forma youkai a su antojo, ahora disfrutaba estar en el agua, sentía mucha paz.

Así fueron pasando los días, como las semanas y los meses, la relación con el mayor era muchísimo mejor que en un principio, ahora lo trababa por lo que era, un simple niño.

Desgraciada almaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora