Capítulo 1

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Caminando por el extenso prado con numerosas colinas y amplios bosques se encontraba una especie de lejanas tierras, un elfo rúnico, raros de encontrar debido a que en raras ocasiones eran vistos lejos de Lirsidia, su basta ciudad oculta, mas este elfo no se escondía en absoluto, tan solo cubría sus ojos de los molestos rayos del sol con la capucha de su capa. Con paso tranquilo y con una expresión agotada grabada en su rostro se dirigía hacia la gran forja enana construida en el borde del Cañón de Helt, en el reino de los humanos.

Subió una pendiente, desde la cual divisó su destino, y, con una sonrisa, aligeró el paso deseoso de llegar.

Los elfos rúnicos eran los mejores tejedores mágicos de todas las razas, no era de extrañar pues, el brillo morado que reflejaba su capa oscura al ser acariciada por el reluciente sol.

En cuanto logró ver la forja recortando el horizonte, el refinado olfato de aquel elfo captó el pestilente hedor a metal que desprendía el lugar. Era un edificio inmenso, parecido a un gran cubo hecho de ladrillos de piedra, con una enorme cavidad por la que la gente iba y venía sin problemas. Era una descripción pobre, pero no había otra forma de verlo para un elfo rúnico más que como un cubo innecesariamente ostentoso.

Al llegar a la forja, en la cual trabajaban los aplicados enanos, buscó con la mirada a uno en concreto. Casi todos le resultaban muy parecidos, le era fácil confundirlos si no miraba si tenía algo distinto en la barba, como el color, sin embargo, el elfo sabía que no confundiría a aquel que buscaba cuando lo encontrase. De pronto, uno de los enanos que trabajaba en una especie de rectángulo extraño soltó su martillo de golpe y, con gran alegría, se dirigió de inmediato a saludar al elfo, al cual había reconocido incluso con la capucha puesta. Este supo de la intención de aquel enano, quien no era el que buscaba. Antes de que este siquiera pensara en abrazarlo, alzó la mano ofreciéndola como saludo. El enano cambió su intención y aceptó el apretón de manos sin perder la sonrisa en ningún momento, a diferencia del elfo rúnico.

– ¡Dórel, amigo mío! –gritó el efusivo enano mientras agitaba enérgicamente la mano del elfo rúnico– ¿Qué es lo que te trae por aquí?

Dórel se zafó del apretón de manos del enano y con un pañuelo se limpió su guante de cuero. Aquel barbudo lo había manchado de carbón y apestoso sudor.

– Busco a Kélburg –dijo el elfo rúnico arrugando la nariz ante el olor de la forja. En el fondo comenzaba a desear salir de aquel lugar– ¿Sabes dónde puedo encontrarle?

El enano se quedó pensativo y contestó al poco rato con cierta duda, sin inmutarse del gesto de asco que hizo el elfo al mirar el pañuelo con el que se había limpiado el guante tras el apretón de manos.

– Creo recordar que está al final del todo –dijo señalando al fondo de la inmensa estancia–. Está creando otro modelo de dispositivo de vuelo... –hizo una leve pausa para suspirar y encogerse de hombros–... o eso intenta.

– De acuerdo –asintió el elfo con un cabeceo distraído.

Dórel se dirigió hacia el final de la forja a paso tranquilo, no sin antes dejar caer con delicadeza el pañuelo manchado sobre la cabeza calva del enano.

Tras pasar entre muchos otros enanos y sus labores, quienes no disimulaban su sorpresa de ver allí a un elfo rúnico, llegó a la punta del hangar, y se encontró con aquel que andaba buscando, Kélburg Tíril. Un enano robusto de barba blanquecina que, con un estruendoso martillo, al son del ruido que había en el hangar, golpeaba con fuerza el metal caliente del objeto en el que trabajaba. Kélburg no llevaba camisa: prefería sentir las chispas de su arduo trabajo en sus fuertes brazos y pectorales.

– Deberías cuidarte más de las ascuas, enano –dijo Dórel a espaldas de Kélburg. Este, al oírlo, hizo una breve pausa y, tras un último martillazo, se giró hacia el elfo rúnico.

Luceros en la Oscuridad: El príncipe desterrado [Edición definitiva]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora