Dórel miró a su alrededor, pudiendo distinguir trozos de lo que había sido la torre tirados a cierta distancia del socavón. Lo que fuera que hubiese hecho el zénir había destruido por completo el castillo. A lo lejos, pudo ver como una figura se levantaba de entre los escombros. Se trataba de Arthis Cours, el afamado mago traidor. Ayudándose de su bastón, se logró incorporar y quedó consternado por lo que le rodeaba.
Arthis contuvo la respiración, desolado ante lo que veían sus desdichados ojos. Había sobrevivido a lo ocurrido gracias a una activación rápida de la runa del escudo de su bastón. Le bastó sentir como una poderosa magia se abría paso a través de los viejos muros del castillo para saber qué hacer a continuación. Tuvo el tiempo justo para protegerse con la runa del bastón antes de que aquella devastadora onda oscura lo arrollase.
– Lo único que me quedaba –musitó Arthis mientras desactivaba el escudo que lo protegía–. Lo único que tenía.
El abatido mago se dejó caer de rodillas sobre los escombros que tenía a sus pies y, aunque trató de contenerse, finalmente sucumbió a la ira y a la rabia y comenzó a descargar puñetazos contra las ruinas de su hogar.
– ¡Todo esto era lo que me quedaba, maldita bruja! ¡Y tú me lo has arrebatado! ¡Me lo has ARREBATADO! –vociferó Arthis mientras golpeaba los escombros que tenía a su alrededor. Cuando sintió que le dolían demasiado los nudillos como para continuar, se levantó del suelo y comenzó a gritar al cielo–. ¡No sé quién eres, pero sé que me estás viendo! Tú me has quitado lo único que me quedaba... –desconsolado, volvió a arrodillarse sobre las ruinas de su castillo y la tristeza hizo que su voz se quebrase hasta desaparecer en un susurro casi inaudible–. Destino cruel ¿No fue bastante cuando me arrebataste a Saryne? Acaso... ¡¿Acaso no fue suficiente?! ¿Acaso no lo fue?
Arthis rompió en lágrimas que trató de ocultar bajo su única mano libre.
– He vivido tranquilo siete años en esta torre desde mi destierro ¡Mi injusto destierro! –gritó furibundo mientras miraba a algún punto en el cielo–. Recuerda mis palabras, bruja: ¡Te encontraré! Te haré pagar por esto ¡Me encargaré de ello personalmente! Juro al destino cruel que, aunque tenga que acompañarte al mismo infierno del que sacas a tus monstruos, me aseguraré de que no cumplas tu propósito ¡No eres más que escoria con aires de grandeza!
Dórel miraba al mago con desazón. Podía oír sus gritos desde donde estaba y, aunque no pudo escuchar todo cuanto había dicho, creía comprender el sufrimiento por el que pasaba. Por lo que sabía de él, desde su destierro no había hecho daño a nadie que no hubiese buscado su muerte. Su castillo se había convertido en su escudo y los libros, con los que había rellenado su biblioteca, habían sido la fiel compañía que le ayudo a soportar la dura existencia de la soledad durante los largos años.
– No se merecía esto –dijo Kélburg para sí mismo.
Dórel le posó la mano en el hombro y le dedicó una sonrisa comprensiva. Luego, no pudo evitar desviar la mirada a los escombros que había a su alrededor.
– Esto es solo el principio –acabó diciendo.
Kélburg se rascó entonces la cabeza medio calva buscando al zénir que había destrozado el castillo.
– ¿Dónde está el zénir? –preguntó el enano mirando al socavón– ¿Habrá estallado?
La joven humana dejó de sujetar al elfo en cuanto cayó en la cuenta de que seguía agarrada a él. En ese instante sintió la tentación de marcharse, de hecho, retrocedió unos pasos movida por ese impulso. Había perdido su botín y, en esencia, ya no tenía motivos para seguir allí, con aquellos que la habían capturado mientras trataba de robar en el castillo. Sin embargo, al girarse hacia el bosque de Helt, dispuesta a marcharse, se percató de que tenía aún menos razones para volver a Halum.
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Luceros en la Oscuridad: El príncipe desterrado [Edición definitiva]
FantasyLa alianza entre las razas pacíficas está en declive, mientras que la sombra del regreso de un antiguo mal amenaza en secreto con destruirlos. Dórel, un elfo rúnico, parte de su ciudad oculta con una predicción que solo él conoce y que, sin saberlo...