Dórel llegó a la tienda de campaña donde había despertado esa mañana. Apartó la tela que hacía de entrada y observó que su cinturón estaba sobre la cama, encima de su brillante capa de reflejos morados. Enganchada al cinto pudo ver la vaina de su preciada espada, con ella en su interior. Se acercó antes de siquiera pensarlo y agarró el cinturón, creyendo estar en una ensoñación. Con determinación, agarró la empuñadura del arma que guardaba la vaina y tiró de ella. La espada brilló en su mano como siempre lo había hecho, enfriando con su hoja todo cuanto había a su alrededor. La contempló durante largo rato, notando el frío del arma acariciando su rostro y la mano con la que la empuñaba. Soltó un profundo suspiro de alivio, dando gracias al destino de no haberla perdido en el bosque. Envainó de nuevo el arma, notando el familiar frio besando el moratón que llegaba hasta su muñeca, y se abrochó su cinturón al nuevo pantalón que le habían dado los de la Avanzada de Helt. Después de afianzarlo correctamente, agarró su capa de reflejos morados y la extendió frente a él, esperando encontrarla deteriorada por los combates, sin embargo, parecía estar en buen estado. Se la puso sobre los hombros y escuchó un carraspeo tras de sí. Se giró sobresaltado, llevándose la mano a la empuñadura en un acto reflejo. En la entrada de la tienda se hallaba Jericó, el joven humano que lo había rescatado, visiblemente alarmado.
– Lo siento, es... un acto reflejo –comentó Dórel sintiéndose algo culpable por asustar al joven. Mientras se terminaba de abrochar la capa, se percató de que se le habían roto los amarres. Esperaba hallar unos nuevos en el pueblo de Nemis.
– ¿Está todo? –preguntó Jericó señalando hacia el lugar en el que habían estado la capa y el cinturón–. Tus ropas estaban...
– Recuerdo que anoche aun empuñaba el arma antes de caer inconsciente –lo interrumpió Dórel sin mirarlo mientras cerraba el puño, con la mente perdida en la noche anterior.
– El arma había caído junto a ti –contestó Jericó antes de que el elfo rúnico formulase la pregunta–. No fue difícil identificar que la vaina en tu cinto pertenecía a esa inusual espada.
– Eres agudo –dijo Dórel con una daleada sonrisa–. No me hubiese extrañado que fingieses que había perdido la espada en el claro ¿No crees? Todo este tiempo pensaba que así había sido.
Jericó pareció un tanto ofendido, por lo que Dórel supuso que habían aflorado sus prejuicios sobre los humanos al realizar aquel comentario fortuito.
– Gérad lo intentó –contestó el joven con una mueca de irritación–, pero la capitana Adenis intervino antes de que tuviese la oportunidad.
– ¿Dices que Adenis me defendió? –inquirió Dórel pasmado.
– Sí –asintió Jericó–. A decir verdad, parecía muy interesada en vosotros. Supongo que porque sois un grupo inusual.
– Lo primero que pensó fue que nos habíamos peleado entre nosotros y que por eso estábamos allí –se rio el elfo rúnico recordando el momento en el que la conocieron.
– Fue por lo que decidió que no os contáramos que os habíamos rescatado –concluyó Jericó–. Temía que acabarais enzarzados en un combate nada más despertar. Lo siento.
– No pasa nada, tan solo seguías órdenes –comprendió el elfo rúnico. Observó entonces que el joven miraba a la espada envainada en su cinto de cuando en cuando y de forma extremadamente disimulada– ¿Quieres empuñarla?
Jericó pareció sobresaltarse. Una sonrisa le alumbró el rostro.
– ¿Puedo? –preguntó con ilusión.
El elfo rúnico levantó los brazos y dejó que el joven se acercase a él. Jericó pareció vacilar un momento, pero después de una mirada de conformidad dio dos pasos y agarró la empuñadura del arma con ambas manos. Dórel sostuvo la vaina en el momento que el humano tiró para sacar la hoja.
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Luceros en la Oscuridad: El príncipe desterrado [Edición definitiva]
FantasyLa alianza entre las razas pacíficas está en declive, mientras que la sombra del regreso de un antiguo mal amenaza en secreto con destruirlos. Dórel, un elfo rúnico, parte de su ciudad oculta con una predicción que solo él conoce y que, sin saberlo...