Capítulo 11

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Ya entrada la tarde, llegaron a la pequeña cabaña donde habían estado descansando hacía un buen rato. Como habían supuesto, aquella casa pertenecía a Groji, aunque pareciera que llevara meses sin habitarla.

Todos percibieron que Dórel estuvo alerta durante el trayecto hasta el lugar, esperando que el zénir con forma lupina apareciese de un momento a otro. Arthis supuso que, si el monstruo no los había hallado todavía, a pesar de su posible buen olfato, sería debido a que la humedad que predominaba en el bosque le impedía rastrearlos con eficacia.

Tan pronto como llegaron al claro en el que se encontraba la cabaña, Groji se detuvo con normalidad ante el barrizal que lo rodeaba. Sacó de su bolsillo una roca del tamaño de su mano y la miró con una sonrisa orgullosa mientras acariciaba su silueta. La piedra era casi elíptica y poseía hendiduras que desprendían una mortecina luz verde que iluminó el rostro del investigador.

Arthis notó que la piedra palpitaba con un poder inmenso en su interior. Se acercó lentamente al investigador, sin desviar la mirada de la roca que sujetaba. Por la silueta, estaba convencido de que las hendiduras dibujaban una runa, sin embargo, no pudo identificar de cual se trataba a simple vista.

– Esa piedra... –comenzó a decir Arthis, pero se detuvo al advertir que sí que conocía el símbolo que había grabado en la roca. Se trataba de la runa de la naturaleza, sin embargo, los trazos parecían ser más complejos y crípticos. Esa roca era, sin lugar a duda, sumamente antigua.

– ¿Qué ocurre? –preguntó Dórel, preocupado por la expresión en el rostro del mago. Este le miró de reojo y señaló con disimulo a la roca que portaba el investigador.

– Es la Piedra de la Naturaleza –contestó.

– Tú también lo crees ¿Verdad? –intervino Groji, visiblemente agradecido de no ser el único que lo pensaba.

– Oh, bueno, sí –dijo Dórel mientras miraba la elíptica roca pulida, al tiempo que entornaba los ojos y giraba levemente la cabeza–... Sí, la runa tiene trazos similares a la palabra "naturaleza", pero... Espera ¿hablas de ESA Piedra de la Naturaleza? ¿Aquella que, según los cuentos, abre el portal en el que la alianza encerró a Phárteron?

– En primer lugar, no fue la alianza de razas –le corrigió Arthis esbozando una sonrisa petulante–, fueron los humanos. Giren Spélgrindur, para ser más exacto. Salvaros de la destrucción fue solo cosa nuestra, no nos quites mérito, elfo.

– Se decía que Phárteron era humano, así que, de ser solo cosa vuestra el haberlo encerrado, en realidad estaríais salvándonos de vuestro propio error ¿No crees? –espetó Dórel arqueando una ceja y sonriendo con ironía.

Arthis se quedó en silencio durante unos instantes sin saber exactamente cómo debía contestar.

– Bueno, no me cambies de tema –acabó diciendo, visiblemente contrariado, desviando la mirada hacia la roca–. Como decía, estoy seguro de que esta es una de las piedras que rompería el sello que encierra al brujo.

Dórel se cruzó de brazos y miró fugazmente hacia Alaya, quién parecía observarles como si estuviesen hablando en otro idioma. Tan pronto como sus miradas se cruzaron la humana sonrió, sabiendo que no había mucho que pudiese aportar a aquella conversación. Su sonrisa era muy peculiar, casi lineal, lo cual hizo sonreír al elfo rúnico durante un instante.

– Nadie ha llegado a ver ninguna ni se ha demostrado que tuviesen implicación o utilidad real –gruñó Dórel volviendo la mirada hacia Arthis y Groji, esperando una explicación coherente–. ¿Por qué esta piedra debería ser esa de la que hablan los mitos?

– A menudo los mitos resultan ser historias reales que la gente prefirió olvidar por miedo a que se repitiesen –intervino Groji–. Hay quienes prefieren pensar que Phárteron nunca podría volver y niegan la existencia de las piedras de un modo deliberado. Soy viejo, sí, pero también creo en esas historias.

Luceros en la Oscuridad: El príncipe desterrado [Edición definitiva]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora