Capítulo 9

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Aquella era la línea que los separaba de la región de Helt. La imagen del inmenso bosque de Lizmógor tapaba el horizonte con las copas de sus desiguales árboles. Ruidos sobrecogedores emergían desde el interior como si fuera la tripa de un troll hambriento. Dórel tragó saliva y, con toda la decisión que pudo reunir, entró en el bosque sin pensárselo más veces.

Se habían alojado en un hostal de Halum bastante barato y partieron cuando aún no había amanecido. Arthis se pasó todo el trayecto hasta el bosque muy callado, mirando al cielo, la vegetación, y las granjas que los circundaban. Cuando vislumbraron los árboles de Lizmógor recortando el horizonte, se puso la capucha y comenzó a susurrar en voz baja. Dejó de hacerlo justo cuando Dórel se adentró entre los árboles, después de pasarse largo rato en silencio convenciéndose de entrar. Alaya lo había estado observando durante el viaje y no creía que su forma de actuar del mago fuese normal, por muy excéntrico que le pareciese. Fue en ese instante, en la linde del bosque de Lizmógor, cuando notó el reflejo de la preocupación en su rostro, pero no sabía cómo entablar una conversación con él sin que le diese largas o soltase alguna de sus ingeniosas indirectas.

Arthis no tardó en advertir que la joven ladrona de castillos lo miraba fijamente. Sus ojos se encontraron durante un instante fugaz, antes de que el mago se encaminase con rapidez hacia el interior del bosque, como si verla le hubiese recordado dónde se encontraba. Alaya lo siguió con cierta desconfianza.

Escondidos tras los árboles en la base de las montañas, Kein y Gélfier observaban con un catalejo como el elfo rúnico, el mago y Alaya entraban en él solitario bosque

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Escondidos tras los árboles en la base de las montañas, Kein y Gélfier observaban con un catalejo como el elfo rúnico, el mago y Alaya entraban en él solitario bosque. Kein miró a Gélfier, quien le devolvió la mirada con una sonrisa orgullosa.

Los dos ladrones volvieron raudos con Mirrion, quien se hallaba escondido con el resto del grupo, no muy lejos de allí. Cuando aún se acercaban, advirtieron que el líder les comenzó a hacer ademanes con la mano para que informasen cuanto antes.

– Han entrado en el bosque –soltó Kein.

– Lizmógor es un lugar terrible en el que perseguir a alguien. Será muy difícil seguir la pista de sus huellas con tanto fango y maleza –continuó Gélfier, guardándose en el cinturón de cuero el catalejo que habían usado.

Mirrion observó a lo lejos la silueta del frondoso bosque. Les había dicho a todos que estaban allí para velar por la seguridad del gremio. Si dejaban a Alaya por ahí con un traidor humano y un elfo rúnico nada les aseguraba que no los pusiese en peligro, por ejemplo, delatándolos a la alianza de razas por los innumerables crímenes que habían cometido, como los diversos robos en las rutas comerciales entre Lirsidia y Helt.

Eso les había contado, y fue suficiente.

– Sigámosles –decidió por fin.

– Espera, Mirrion –llamó Poms moviendo la mano– ¿Cómo supiste que se dirigían hacia aquí?

– Táneri me lo dijo anoche –dijo Mirrion acercándose a él aun pensativo–, logró oír hacia donde iban cuando los espiaba.

Poms sonrió complacido; a veces su líder tenía la suerte de un rey. Era por todos sabido que Táneri era un gran espía, de los mejores del gremio a pesar de su corta edad. Pudo oír la mayor parte de la conversación que habían mantenido Alaya y sus dos extraños compañeros con la siniestra adivina.

Luceros en la Oscuridad: El príncipe desterrado [Edición definitiva]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora