Capítulo 2

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Qué solitario es un castillo cuando has traicionado a todos, cuando todos te odian y ya nadie te respeta. Pobre del que tenga ese oscuro destino, pues pobre era Arthis, antaño fiel mago del rey de los humanos. Vivía en soledad, desterrado a las afueras de la región debido a su deslealtad. Nadie cuerdo se acercaba a su torre, una morada de total desasosiego y aislamiento, ya que nada más que la venganza podía llevar a alguien a visitar a tal personaje. Él seguía perfeccionando su magia y, acostumbrado a estar solo, al margen de los contados justicieros que aparecían por su morada y trataban de conseguir su cabeza, abastecía su jardín con trampas mágicas con el fin de mantener alejado a cualquier curioso. Se pasaba las tardes durmiendo o practicando nuevos conjuros, considerándose a sí mismo un tipo poco interesante que, de no ser por su pasado, nadie recordaría.

Arthis se encontraba en su habitación a altas horas de la noche colocándose su túnica de cama, listo para dormir. Otra noche más a solas desde hacía siete años. A veces venían, sin demasiado éxito, pequeños grupos a por su cabeza, temiendo una futura conspiración traicionera por su parte o como venganza popular. Aunque Arthis decía odiar a la gente y la razón de su destierro, seguía añorando en el fondo la compañía de alguien con quien charlar, de una persona a la que abrazar, de alguien a quien cuidar sin sentirse amenazado. Mas seguía solo, y la magia que él frecuentaba no podía crear afecto, al menos, que él supiese tras sus años de experiencia. Se miró en el espejo con pesar, sabiendo que los buenos tiempos habían desaparecido y que solo le quedaba la soledad de su torre. Lucía una larga barba muy poco cuidada, pues nadie se la vería nunca ni se quejaría de su tacto o densidad. Sus cabellos castaños a media melena caían despeinados y sucios sobre sus hombros. No cuidaba demasiado su imagen, pero tampoco lo creía necesario. Era su magia, y no él, quien debía intimidar a su enemigo.

Como cada noche, el conocido traidor se asomó por la ventana a mirar el bosque de Helt. El olor a naturaleza y los ruidos de animales nocturnos invadían el inmenso silencio. Sin embargo, algo enturbió la quietud y llamó la atención del humano. Un brutal estruendo hizo que varios árboles se desprendiesen del suelo. Sus copas, a la vista por encima del resto, bailaron hasta desaparecer en la espesura. Pensó de inmediato que sería algún mago de la corte en busca de su cabeza para ser reconocido como el más poderoso. Arthis se inquietó ante esa idea, pues nadie en siete años había osado combatirlo con magia.

Algo era distinto aquella noche, quizás la sensación de temor a la muerte que estaba empezando a sentir en ese momento, quizás por no ver a quien había provocado aquello, o quizás el sentimiento de que esa noche podría salir abruptamente de su condenada rutina que había aprendido a apreciar. Rápidamente salió de la habitación, haciendo aparecer con un chasquido su leal bastón en su mano, y salió corriendo torre arriba por los sinuosos escalones. El bastón era oscuro y desigualmente recto, a lo largo de este, se podían distinguir tres símbolos escritos con runas. Cada una contenía un conjuro.

Cuando ya estaba llegando a los últimos peldaños de la escalera de caracol empezó a sentir el frescor de la noche y su cabello a media melena se meció con las brisas nocturnas. Ya en lo alto, divisó a quien creyó reconocer como culpable de la explosión. Dentro del pequeño claro donde se encontraba su torre halló a una mujer de largos cabellos rubios que estaba de pie frente a la muralla circular que rodeaba su morada, llevaba un vestido rojo como la sangre, con unos aros metálicos, poco visibles en la noche, levitando y girando sobre sus hombros. A su espalda, prácticamente oculto por la oscuridad nocturna, una especie de criatura con torso humano estaba suspendida en el aire, a varios palmos del suelo, por un espeso humo que no dejaba al descubierto más que la parte superior a su cintura. La cara, tapada con un manto negro que flotaba alrededor de su boca, solo permitía ver sus dos luminosos ojos, brillantes como luceros del fuego infernal en la profunda oscuridad de la noche. En su mano portaba una lanza tan larga como la propia criatura. Grabadas en la hoja brillaban unas runas que el mago reconoció.

Luceros en la Oscuridad: El príncipe desterrado [Edición definitiva]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora