La alianza entre las razas pacíficas está en declive, mientras que la sombra del regreso de un antiguo mal amenaza en secreto con destruirlos.
Dórel, un elfo rúnico, parte de su ciudad oculta con una predicción que solo él conoce y que, sin saberlo...
Según las historias que muchos contaban, hace muchos años Phárteron logró convocar un zénir con la capacidad de absorber las almas. Las víctimas que lograban sobrevivir fortuitamente a aquel desmesurado poder acababan malditas y nunca perecían, no obstante, permanecían vacías por dentro, incompletos y siempre hambrientos de otras almas. Cuando la sociedad supo de la existencia de estos seres les dieron el nombre de "impuros". Sus cuerpos tampoco envejecían, sin embargo, siempre que absorbían un número de almas indeterminado o se regeneraban de una herida mortal, su cuerpo sufría cambios significativos con el fin de acabar transformándose en algo sumamente parecido a un demonio.
Gélfier abrió los ojos. Mientras aún estaba tirado en el suelo, el espadachín se posó la mano en el lado de la garganta y notó que el corté que lo había matado ya había desaparecido. No sabía cuánto tiempo había estado muerto, pero esperaba que no demasiado. Se incorporó con pesadez, con el cuerpo aún entumecido y miró en derredor. Todavía era de noche, por lo que supuso que no había pasado excesivo tiempo desde que su antigua compañera lo sorprendió rebanándole la yugular. Lentamente, cogió el estoque del suelo y se desadormeció el cuello con un ligero chasquido. Cuando se giró sobre sus pies, advirtió que Mirrion estaba detrás de él, tirado sobre la hierba. La lluvia que aún caía sobre el bosque lo estaba empapando y Gélfier supuso que su antiguo líder acabaría muriendo de frio. Caminó hasta el indefenso ladrón y se detuvo a su lado para mirarlo. Sus ojos de demonio brillaban rojos como la sangre bajo sus cabellos empapados.
Gélfier había llegado a consumir veinte almas a lo largo de su existencia como impuro, después de aquel día que siempre rememoraba en sueños, y había pasado años sin sufrir una herida mortal como la que había recibido en la lucha contra los lezun. Cuando volvió a la vida esa vez, fue el momento en el que notó que sus pupilas parecían ser especialmente sensibles.
– La buena noticia es que sigues vivo –dijo el espadachín impuro viendo como fluctuaba el alma en el interior del cuerpo de su antiguo líder. Gélfier alzó su estoque y dirigió la punta hacia el estómago de Mirrion. Aunque no podía experimentar sentimientos reales desde que había sido convertido en impuro, le sobrevino una especie de felicidad al pensar en absorber el alma a aquel que había mandado a la muerte a los únicos amigos que había tenido después de tantos años–. Será una delicia.
Con el arma alzada, esbozó una demente sonrisa y dejó escapar un ansioso suspiro por entre sus labios. Apretó la empuñadura del estoque y...
Algo llamó su atención. Sus ojos de demonio captaron diferentes almas que latían en la maleza que lo circundaba. Después de haber muerto a manos de uno, no le costó descubrir que aquellas almas pertenecían a un pequeño grupo de lezun que se acercaba atravesando la espesura amparados por el sonido de la lluvia. Gélfier retrocedió un paso y se guardó el estoque tratando de averiguar cuanto tiempo tendría para huir de aquel lugar antes de que los lagartos bípedos llegasen.
– Ya tuve suerte de que no me devorarais la primera vez, no tentaré al destino una segunda –comentó en un susurro mirando hacia las almas que vibraban en la profunda arboleda.
El impuro se alejó del líder del gremio, dejándolo indefenso ante los lezun que sin duda se aproximaban. Gélfier se marchó deprisa por el lugar más seguro que encontró a su alrededor, esperando que aquellos lagartos no lo acabasen siguiendo.
Instantes después, un terrible gorjeo y un claro castañeteo de dientes hizo eco en los árboles, pasando por entre el repiqueteo de la lluvia que se precipitaba sobre el rio, junto al inconsciente humano. Los lezun se preparaban para comer.
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