Capítulo 12

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Groji los dirigió con precaución por los estrechos escalones de piedra que los llevaría a su guarida subterránea. Alaya, quien fue la última en cruzar el umbral del armario, dirigió la mirada tras de sí en repetidas ocasiones durante el descenso para comprobar que la entrada del pasadizo no se cerraba tras ellos.

– He visto cientos de criaturas en este infame bosque en los años que he estado aquí –empezó a decir Groji de pronto, sobresaltando a sus invitados–, pero nunca había visto una de ese tipo.

Dórel pensó en dejar morir aquella conversación, pero se percató de que, tarde o temprano, deberían de darle a conocer sus intenciones, por lo que mantener en secreto la clase de criatura que les había atacado parecía ser algo innecesario.

– Es un zénir –confesó tras un breve silencio mientras continuaban el descenso.

– ¿Cómo que "un zénir"? –repitió Groji, como si le costase incluso pronunciarlo. Cesó de bajar y miro al elfo, a quien le brillaba tenuemente la runa hereditaria en el rostro debido a la oscuridad del pasadizo–. Perdonen mi vocabulario, pero ¿Por qué demonios hay un zénir en Lizmógor? Phárteron desapareció hace ya décadas, dudo que ninguno siga aún con vida después de tanto tiempo ¿Cómo podéis estar tan seguros de que es una de esas criaturas?

Arthis decidió romper el silencio tras la pregunta.

– ¿Qué sabe de Melia? –inquirió el mago–. Tera nos dijo que vos podría darnos información sobre ella.

– ¿Tera os dijo que vinieseis a verme? –pareció un tanto preocupado–. Entonces es probable que estemos ante alguien que el reino quiso que olvidásemos.

Groji se quedó en silencio y mostró una expresión interrogante mientras se rascaba la calva de la cabeza.

– Melia ¿eh? –inquirió para sí– ¿De qué me suena?

Continuaron bajando hasta el final de las escaleras y advirtieron que conducían a una estancia tres veces más amplia que la cabaña. La sala estaba rodeada por paredes de piedra eficientemente excavada, donde varias antorchas iluminaban vagamente todo lo que su luz les permitía. Descubrieron que la brisa que habían notado al destapar el pasadizo provenía del centro del techo de la habitación, donde, a través de unos barrotes, se podía ver un largo túnel vertical que daba al exterior. Era lo que parecía ser un falso pozo, protegido de las lluvias por un tejado de madera.

El mobiliario en aquel lugar era igual de escaso. Podían ver, gracias a las luces de las antorchas, que había dispuesta una pequeña despensa en una esquina, una cama, y una hilera de tres mesas, colocadas cerca del hueco del falso pozo, cubierta de papeles, pergaminos y tablillas, precariamente amontonados.

Groji soltó un profundo y aliviado suspiro y sonrió.

– Por fin en casa.

Arthis escudriñó con interés los montones de hojas que había sobre las mesas: Mapas hechos a mano de Lizmógor, mucho más detallados que los que había visto en los mapas convencionales; pergaminos, algunos casi ilegibles, con bocetos que alguien parecía haber hecho de forma apresurada; y pequeños apuntes en trozos de papel que estaban repartidos y desordenados por múltiples lugares de las mesas. Aquel lugar era una mina de conocimiento inexplorado por el que sintió un cosquilleo de curiosidad que ansiaba aliviar.

– ¿Esto no se inunda cuando llueve? –inquirió Alaya observando el falso pozo con sumo interés.

– Es un poco difícil de explicar, pero digamos que el pozo está estratégicamente situado precisamente por ese motivo, jovencita –contestó Groji mientras buscaba descuidadamente entre los papeles que había en las mesas, tirando algunos de ellos al suelo tan pronto como los veía inútiles. Agarró uno muy convencido, pero, cuando lo miró más detenidamente, se percató de que se trataba de una famosa receta de croquetas del terrateniente de Nemis. La desechó con más disgusto aún.

Luceros en la Oscuridad: El príncipe desterrado [Edición definitiva]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora