Las paredes cubiertas de moho de las ruinas de Lizmógor impregnaban el ambiente de un olor húmedo y amargo. La incómoda hechicera se restregó las manos y miró en derredor con impaciencia, una vez más. Sabía que Alaya debía estar a punto de llegar hasta ella. Aunque estuvo tentada de ir a buscarla en más de una ocasión, prefería no tener que lidiar con las criaturas que poblaban aquel bosque infesto. Su presencia hizo huir a los contados lezun que se hallaban devorando lo poco que podían aprovechar de los cadáveres que había tirados por el claro, sin embargo, uno de ellos tuvo la suerte de sobrevivir gracias a su naturaleza de impuro. Gélfier se levantó de entre los muertos. Convencido de tener una deuda con ella accedió a ayudarla, yendo él mismo en busca de la joven ladrona.
Melia hinchó el pecho y sonrió triunfal. Pronto tendría entre sus manos una de las piedras que rompería el Sello de los Elementos que encerraba a Phárteron. Aún inquieta, miró de reojo al mago de los zens, el cual se había mantenido en trance desde el instante que su mente conectó con la de Alaya. El esquelético hechicero tenía las manos firmemente dispuestas frente a él, como si sujetase una enorme sandía.
Sobre ellos había lo que quedaba de un techo de piedra sostenido por tan solo dos columnas que les protegían de la recia lluvia de Lizmógor. Melia advirtió que había un charco de agua a sus pies y se reflejó cuanto pudo para acicalarse el cabello con las manos y recolocarse el vestido. Llevaba una escotada prenda de color rojo que ya había lucido en su visita a Arthis Cours.
El mago mental de los zens dio de pronto una fuerte bocanada de aire y tosió estrepitosamente hasta que esputó en el charco a los pies de la hechicera, emborronando su reflejo. Tan pronto como se recompuso, crujió todos y cada uno de los dedos de sus manos y estiró su espalda hasta que escuchó un ligero chasquido.
– Me das grima –dijo Melia sin fingir un ápice de su repugnancia– ¿Qué tal ha ido?
El zen sonrió como respuesta al comentario de Melia. Sus dientes estaban ennegrecidos, de hecho, la humana creyó ver algún colmillo podrido mientras conversaba con él hacía un rato. Las vestimentas del zen eran iguales a las que había llevado el día que se conocieron. Una túnica descuidada y descolorida, con los bordes deshilachados y sucios.
– Nuestra invitada está a punto de llegar –logró decir el zen. Después de largo tiempo en un agitado trance parecía que el hechicero por fin podía controlar a la ladrona sin más percances. Gracias a la energía que Melia le había suministrado para el control mental, su poder se acrecentó hasta tal punto que pudo dominar la voluntad de la joven a gran distancia y sin siquiera verla, no obstante, la hechicera había quedado exhausta.
– No es que me importe en absoluto –empezó a decir Melia simulando indiferencia–, pero aún no me has dicho tu nombre.
– No me has preguntado –dijo mientras dejaba escapar una sonora risita infantil.
Melia miró amenazante al hechicero Rúlkart sintiendo unas terribles ganas de estrangularlo. Antes de acabar haciendo algo de lo que pudiese llegar a arrepentirse, cerró los ojos y trató de calmarse. Decidió dejar pasar lo del nombre, después de todo, sabía quién era y solo le importaba que hiciese su trabajo.
– Si el elfo acaba apareciendo ¿De verdad crees que podrás con él? –preguntó la humana–. Prométeme que caerá.
– Caerá como un ratón en una trampa con un queso, como un niño con un dulce caramelo, como un bravo guerrero a los pies de una bella dama, como un... –Melia se giró bruscamente y golpeó en el pecho al hechicero con una onda invisible que emergió de su mano. El zen cayó de espaldas y se acabó estrellando contra una de las columnas del lugar que los protegía de la lluvia. Antes de que llegase a recomponerse, la hechicera humana lo agarró por el cuello y lo obligó a mirarla a los ojos. El zen pareció sorprendido por su increíble fuerza.
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Luceros en la Oscuridad: El príncipe desterrado [Edición definitiva]
FantasíaLa alianza entre las razas pacíficas está en declive, mientras que la sombra del regreso de un antiguo mal amenaza en secreto con destruirlos. Dórel, un elfo rúnico, parte de su ciudad oculta con una predicción que solo él conoce y que, sin saberlo...