La luz del sol bañaba las copas de los frondosos árboles de Lizmógor. La lluvia hacía poco que había cesado, pero estaba claro que proseguiría más tarde, pues las nubes aún no habían desaparecido en su totalidad. El claro en el que se hallaban las ruinas del vasto bosque estaba cubierto de cadáveres, tanto de humanos como de lezuns.
De entre la maleza, en la linde del bosque, emergieron dos individuos. Uno de ellos era un hombre que portaba una armadura que parecía arder como si la lava de un volcán la recorriese, y el otro se trataba de una elfa oscura, con la piel morada y los cabellos azules como el mar nocturno.
– ¿Qué demonios ha pasado aquí? –preguntó esta última agarrando el arco que llevaba a la espalda mientras avanzaba con cautela. El hurón anaranjado que la seguía se agarró a su pantalón y escaló por su cuerpo hasta llegar a su hombro.
– Esto está lleno de cadáveres, elfa –Gruñó el hombre de la armadura–. Espero no encontrar el de Arthis entre ellos o ya puedes ir despidiéndote de mis monedas.
– ¡Eh! No es culpa mía que acabásemos teniendo que ocultarnos de los lezun durante toda la noche –le soltó su compañera–. Te recuerdo que eras tú quien los atraía como la miel a las abejas con esa maldita armadura tuya. Me tienes que contar de donde la has sacado.
Largein Rud, el humano, soltó un gruñido y avanzó hacia el centro del claro, donde podía ver un hermoso edificio de piedra mohosa por el que trepaban múltiples enredaderas.
Mina Kelamne, la elfa oscura, lo siguió de cerca escudriñando con la mirada los cadáveres a su alrededor. Después de pasar por delante de dos inmóviles cuerpos de lezun se detuvo frente al de un humano con feos mordiscos por todo el cuerpo. Cuando lo examinó más de cerca observó que se trataba de alguien bastante joven, ataviado con una armadura de cuero y con un pañuelo de color verde en la cabeza. En él pudo ver el dibujo bordado de un ratón portando una bolsa a su espalda.
– Me sorprende no encontrar lezun por aquí devorando a los muertos –soltó Largein mientras caminaba.
La elfa oscura se sobresaltó al escucharlo. Pudo oírlo con claridad debido al silencio que envolvía aquel claro bañado por la muerte y la desolación.
– Puede que hayamos llegado pronto o... –comenzó a decir Mina antes de escuchar como alguien tosía no muy lejos de allí. Al mirar hacia Largein, esperando que hubiese sido él, se percató de que este también buscaba el origen de aquella tos.
En el centro del claro, junto a un techo sujetado por tan solo dos columnas, observó que alguien se movía.
– ¡Largein, allí! –dijo la elfa señalando al templo derruido. El fornido humano la miró al instante, sorprendido de que no lo hubiese insultado llamándolo "Cararroca", como de costumbre. Tras dominar su asombro, se giró en la dirección que señalaba su compañera elfa y entendió a qué se refería.
Al llegar al centro del claro, más agotado de lo que esperaba, se encontró con un esquelético humano que luchaba por hacer que sus extremidades lo levantasen del suelo. Después del tercer intento, que Largein pudiese presenciar, desistió y se quedó tumbado boca abajo. Ese no era Arthis.
– ¿Y tú quién eres? –preguntó el humano de armadura ardiente, sintiendo que los colores de la prenda de aquel individuo le eran extrañamente familiares.
El esquelético humano se giró con dificultad, sobresaltado por la imponente voz del guerrero. Cuando sus miradas se encontraron, una risa nerviosa se escapó de su garganta.
Sin duda aquel tipo no era Arthis, sin embargo, notó en su rostro la típica expresión de alguien que sabía algo que no debía saber, lo cual acrecentó su curiosidad por conocer el origen del color rojo y negro que presentaban sus ropas.
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Luceros en la Oscuridad: El príncipe desterrado [Edición definitiva]
FantasyLa alianza entre las razas pacíficas está en declive, mientras que la sombra del regreso de un antiguo mal amenaza en secreto con destruirlos. Dórel, un elfo rúnico, parte de su ciudad oculta con una predicción que solo él conoce y que, sin saberlo...