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Juan Pablo decidió hacer la fiesta de no cumpleaños justamente el día que acababa el año. No sabía que esperarme porque el hombre ni siquiera me dejó ayudarle ni nada hasta que se llegó la hora. Me dejó un mensaje en el teléfono diciendo que me veía en la azotea de la casa, solo esperaba que no se le hubiera zafado un tornillo como al Sombrerero Loco.
Saludé a Laura brevemente y me dirigí a las escaleras que había en el patio con Simba en brazos para subir los escalones de dos en dos hacía la azotea. Simba me clavó las uñas al darse cuenta que íbamos subiendo.
—Oye, no seas malcriado—regañé al felino—. Tú quisiste venir, te aguantas—.Mi gato maulló y dejó de arañarme.
Seguí subiendo los peldaños hasta que por fin llegué a la azotea, dándome cuenta que el lugar se encontraba un poco adornado, con varios tapetes de muchos colores, cojines acolchados, lucecitas de navidad mal acomodadas que me hicieron soltar una risa y algunas mantas.
—¡Sorpresa!—Juan Pablo salió de quién sabe dónde asustándome.
—¡No hagas eso!—me quejé dándole un manazo.
—Alex, qué agresividad—se quejó él.
—Ni siquiera te di recio, exagerado—le dije.
—Pero si pegas fuerte, ¿trajiste a nuestri bebé?
En cuanto dijo eso Simba se puso a maullar y prácticamente me arañó de nuevo para que lo dejara en brazos de Juan Pablo.
—Me quiere más a mí—dijo acariciando al felino que ronroneó—. Bueno—Villa caminó hasta los cojines y se sentó con nuestro gato aún en sus manos—. Ven, no muerdo, a menos que quieras—me guiñó un ojo y sorpresivamente sentí mis mejillas calientes.
Le lancé un cojín a la cara para tratar de disimular que me desconcertó su comentario. Aunque últimamente toda su actitud me estaba confundiendo. Andaba de repente muy coqueto, parecía que los papeles se habían invertido porque ahora yo era quien se ponía nerviosa con ese tipo de comentarios.
—¿Y ahora qué?—pregunté luego de sentarme a su lado.
—Pues realmente nunca había hecho una fiesta de no cumpleaños, pero supongo que deberíamos iniciar con el pastel.
—No puede ser, compraste un pastel—me reí viendo la forma del postre.
—Sí...—se rió nervioso—. De hecho, no lo compré. Lo hice yo... bueno, mi mamá lo hizo, yo batí los huevos pero, ¿eso cuenta como hacerlo, no?
—¿Me hiciste un pastel?—pregunté sorprendida.
—Nos hice un pastel, no te creas tan importante, twinkle twinkle— dijo dándome un leve empujoncito—. Hay que lavarnos las manos porque agarramos a Simba.
Villa dejó a nuestro gato que vagara por la azotea, en el lugar había un pequeño lavabo bien acondicionado en el que nos lavamos las manos y luego volvimos a sentarnos, pero esta vez Juan Pablo tomó un encendedor y prendió las velitas que estaban enterradas en el pastel.