II - XII. Ultimátum

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HORIK SE DETUVO ANTE EL BANCO DE LA MESA en la que le esperaba sentado Ragnar, observando al conde receloso, como si temiera una trampa

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HORIK SE DETUVO ANTE EL BANCO DE LA MESA en la que le esperaba sentado Ragnar, observando al conde receloso, como si temiera una trampa. Jugaba con su hijo Hvitserk, totalmente despreocupado. Los tres estaban completamente a solas en el Salón, lo que era inusual. El rey frunció el ceño cuando el caudillo le devolvió la mirada, siempre astuta, siempre indescifrable.

—¿Querías hablar conmigo, Ragnar? —Se aventuró a preguntar, cruzándose de brazos.

—Así es —respondió, volviendo la vista a su vástago, quien reía por los ataques falsos y cosquillas de su padre—. Siéntate.

Aunque pareció dudar, Horik tomó asiento frente a él. Ragnar, lejos de cambiar su postura para estar cara a cara con él, permaneció sentado de forma lateral, imperturbable ante la adusta mirada del monarca.

—¿De qué quieres hablar? —dijo finalmente, ya que Ragnar fingía estar demasiado ocupado con su hijo como para iniciar la conversación.

El conde clavó sus gélidos orbes en él, regalándole una media sonrisa fugaz, solo por mera cortesía:

—Mi hija no se casará con tu hijo Erlendur.

Lo dijo con tanta simpleza y convicción a partes iguales, que el rey tuvo que parpadear con desconcierto. La expresión de Ragnar era severa. No admitía réplica.

—¿Disculpa? —inquirió una vez más, dándole al conde una oportunidad para retractarse.

—He dicho —revolvió los cabellos rubios de Hvitserk y subió al niño en su regazo para encararle al fin— que mi hija Dahlia no se casará con Erlendur.

—¿Qué problema hay? Somos aliados. El matrimonio de nuestros hijos será la celebración que afianzará nuestra alianza.

—El problema, rey Horik, es que no me consultaste esa decisión. Propusiste que nuestros hijos se casaran tú solo, así que yo, respetuosamente, deniego esa propuesta.

En contraste a la calma de Ragnar, Horik no tardó en sacar a relucir su ira. Tal y como estaba previsto.

—Así que vuelves a desafiar mi autoridad —protestó, enfurecido—. Si yo decido que la mejor forma de consolidar esta alianza es ese matrimonio, tú, como mi inferior, debes aceptar y respetarlo. ¡Yo soy el rey!

—Sí, tú eres el rey. Y Dahlia es mi única hija, así que tendrá la libertad de elegir al hombre con el que quiera casarse cuando le plazca.

Horik se puso en pie y le sostuvo la mirada mientras se limitaba a apretar los puños, irritado.

—Los reyes casan a sus hijos con los hijos de otros reyes y condes, y los condes casan a sus hijos con los de otros condes. Estos jóvenes no tienen el privilegio de elegir, Ragnar. Así son las cosas.

El mentado acarició el pelo de su hijo y volvió a focalizar su atención en el pequeño.

—Cierto —contestó por fin—. Pero yo me aseguraré de que mi hija sí disponga de ese privilegio.

Ragnarsđóttir | VIKINGSDonde viven las historias. Descúbrelo ahora