III - I. Preparativos de primavera

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DEJÓ ESCAPAR UN ÚLTIMO JADEO

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DEJÓ ESCAPAR UN ÚLTIMO JADEO.

En cuanto abandonó sus labios y se extinguió en el aire, Dahlia se quitó de encima del muchacho y se dejó caer a su lado en el lecho, concediéndose un pequeño descanso hasta que su agitada respiración volviese a su ritmo habitual.

A su lado, él, en su mismo estado de reposo, alargó la mano hacia el muslo izquierdo de la Ragnarsđóttir distraídamente y lo acarició con lascivia, hundiendo las yemas de los dedos y agarrando el tatuaje tribal nórdico enroscado en torno a este. Dahlia, indiferente al gesto, se estiró sobre la cama y, tras apenas unos segundos, salió de esta para buscar su ropa, que se hallaba dispersa por la estancia.

Cuando empezó a vestirse, el muchacho al que daba la espalda la miró incrédulo.

—¿Qué haces? —inquirió, desconcertado—. ¿Ya te vas?

Ella se giró para mirarle mientras se ataba los pantalones, indiferente.

—¿Algún problema?

—No, es solo que... —se incorporó en la cama mientras buscaba las palabras para expresarse—. Acabamos de terminar. ¿Te vas tan pronto?

Dahlia ni siquiera se molestó en responder, siguió paseando su atlético cuerpo por la habitación mientras recogía sus camisas del suelo y volvía a ponérselas como si nada. Como si todo cuanto oyese fuera el viento soplar.

—Oye, vamos, quédate un poco más —el muchacho se levantó y se acercó a ella, tomándole de la mano—. Por favor, solo un rato.

—¿Por qué iba a hacer eso? —clavó sus intensos zafiros en él, alzando el mentón en aquel gesto que tanto la caracterizaba. Zafó su mano del toque ajeno y fue hacia sus botas para calzarse.

—¿Cómo que por qué? —frunció el ceño mientras la seguía con la mirada, confuso y ofendido a partes iguales—. Siempre haces esto, Dahlia. Me buscas, practicamos el sexo y parece que cuando has obtenido lo que querías, te marchas.

—Exacto. ¿Y qué?

Ante la decisión que expelía, él titubeó.

—Pues, que como ya lo hemos hecho un par de veces antes, pensaba que... —ella le miró con una ceja arqueada, instándole a acabar la oración—. Pensaba que quizás sentías algo por mí.

La Ragnarsđóttir terminó de calzarse y se quedó inmóvil en el sitio, observándolo con una expresión intimidantemente indescifrable.

Oh, que los dioses se apiadaran de él.

Ese muchacho se había encandilado de ella solo porque se habían acostado unas cuantas veces y ella no recordaba ni su nombre.

—Pues siento que pensaras mal. —Resolvió Dahlia, tomando su capa para ponérsela sobre los hombros—. En fin, adiós.

—¡Espera! —Él se apresuró en agarrarla de la muñeca antes de que diera un paso más, impidiéndole salir de la estancia—. Espera, no, yo no pensé mal. Tú eres escudera y yo guerrero, creí que querrías que fuésemos amantes. Piénsalo, nos iría bien juntos.

Ragnarsđóttir | VIKINGSDonde viven las historias. Descúbrelo ahora