II - III. Dale tiempo a Freyja

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APENAS DABA CRÉDITO A LO QUE VEÍAN SUS OJOS

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APENAS DABA CRÉDITO A LO QUE VEÍAN SUS OJOS.

Había pasado tanto tiempo que podría haber confundido la escena que presenciaba por una de sus visiones, una alucinación, o un sueño. Hacía tantos años que no veía a su amiga de la infancia que le costaba creer que estuviese allí, justo ante ella de nuevo, a metros de distancia siendo recibida calurosamente por sus familiares y amigos de Kattegat después de tanto tiempo.

Dahlia Ragnarsđóttir era esbelta y alta. La joven völva tenía que reconocer que su vieja amiga era una joven singularmente hermosa, por la que cualquier hombre mataría y que toda mujer envidiaría en tan solo unos años más. La última vez que la vio ambas eran aún unas niñas que jugaban a perseguirse por los bosques y las calles, cuyas únicas preocupaciones eran no encontrar el palo perfecto para simular una espada o perder de vista a sus padres entre la multitud. Ahora todo había cambiado demasiado.

Líljan conocía perfectamente la ubicación de Dahlia, supo durante todos esos años que vivía en Hedeby después del divorcio de Lagertha y Ragnar por culpa de la princesa Aslaug. Pero nunca hizo nada por visitarla. No porque no la echase de menos; lo hacía, a más no poder, pero el resto del mundo a su alrededor era el que parecía no hacerlo. En cuanto Lagertha se hubo marchado con los jóvenes Björn y Dahlia fue como si cayesen en el olvido para todos, solo se habló de Aslaug y los hijos que le daba al conde. Al menos Líljan sabía que Ragnar se acordaba de sus primeros hijos y exmujer constantemente, ya que hablaban juntos de ellos de cuando en cuando, siempre que Aslaug no estuviese presente. Pero de no ser por eso, ella habría jurado que ya nadie en Kattegat se acordaba de sus viejos amigos, los únicos que tuvo de su edad en esa etapa de su vida.

Y sin embargo, allí estaban ahora. Los dos hijos de Lagertha tenían la atención de todos los presentes sobre ellos, pues en cuanto Ragnar dio a conocer la identidad de sus visitantes, Rollo fue el primero en recibirlos y, tras él, los demás fueron a su encuentro de inmediato.

Pero Líljan permaneció allí, semioculta en uno de los oscures rincones de la estancia, estudiando la escena antes de entrar en ella, observando cómo Dahlia regalaba una sonrisa notablemente falsa a Aslaug. Sonrió para sus adentros: sabía que la Ragnarsđóttir compuso esa sonrisa con intención de que Aslaug notase que era fingida a propósito. Nunca se molestó antes en ocultar el desprecio que sentía hacia ella y tampoco lo haría ahora, aunque se viese obligada a saludarla por educación, y la joven völva admiró su orgullo. Dahlia dejó de prestar atención a Aslaug en cuanto vio la oportunidad para hacerlo sin parecer maleducada ante los demás y se dispuso a saludar a sus hermanos pequeños, Ubbe y Hvitserk, que la observaban a ella y Björn con una mezcla de curiosidad y desconfianza.

Nunca antes se habían visto. Björn y Dahlia se fueron de Kattegat antes de que naciera Ubbe, el primogénito de Ragnar y Aslaug, y jamás volvieron para conocer a sus hermanos, pues la sola idea les producía una incomodidad que no podían ni querían soportar. Por más que odiasen a la mujer que les había dado la vida a aquellos niños, seguían siendo sus hermanos. Compartían la misma sangre. Pero aún así nunca fueron capaces de ir a estrechar lazos con ellos, y ahora que estaban allí, cara a cara con un par de niños de no más de seis años y un bebé prácticamente recién nacido, los adolescentes no tenían ni idea de cómo reaccionar.

Ragnarsđóttir | VIKINGSDonde viven las historias. Descúbrelo ahora