II - I. Libertad

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Hedeby, Escandinavia, 800 d. C.

EL APACIBLE SILENCIO que inundaba el valle, semejante a un sereno mar verdoso, se vio irrumpido por el incesante choque del metal contra el metal y, pocas horas más tarde, los jadeos causados por el agotamiento de la lucha

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EL APACIBLE SILENCIO que inundaba el valle, semejante a un sereno mar verdoso, se vio irrumpido por el incesante choque del metal contra el metal y, pocas horas más tarde, los jadeos causados por el agotamiento de la lucha. Pero los choques no se detenían.

—Vamos —jadeó su oponente, con el sudor perlando sus facciones—, ríndete.

La aludida ladeó una sonrisa con soberbia.

—Yo jamás me rindo —replicó, con toda la testarudez que le caracterizaba—, ¿acaso no me conoces, hermano?

Björn lanzó otra estocada contra Dahlia, que resultó fallida cuando ella, una vez más, la esquivó con notable facilidad. Se colocó tras él y lanzó un soplido hacia su propio rostro, con intención de apartar de su vista las hebras rubias pegadas a su frente por el sudor, que le otorgaban un aspecto infantil e inocente a sus todavía aniñadas facciones.

A pesar de que a sus dieciocho años Dahlia conservaba aún cierto rastro de la niñez en sus rasgos, había crecido y mejorado sorprendentemente como escudera. Era delgada y de estatura algo superior a la de la propia Lagertha, lo que la convertía en una doncella rápida y, sobre todo, ágil.

Björn se volvió hacia ella y le dedicó una mirada tan cansada como hostil, pues él ya conocía aquel juego: Dahlia se valía de su rapidez para cansar al oponente, y parecía ser inagotable. Los hermanos volvieron a enfrascarse en una danza de espadas cuya melodía era entonada por los siseos metálicos. Retrocedían, avanzaban y volvían a retroceder. A pesar del peligroso atrevimiento en los movimientos de sus armas, ninguno portaba un escudo; no los necesitaban. Llevaban toda una vida entrenando juntos, sabían que no eran capaces de herir realmente al otro.

Pero Björn también había crecido de manera extraordinaria en los últimos seis años, era tan alto y robusto como su tío Rollo, y su fuerza y envergadura eran mucho mayores que las de su hermana. Fue gracias a dicha fuerza que ella quedó finalmente desarmada.

La menor sostuvo la mirada desafiante de su hermano, quien, tras dejar caer su propia espada para igualarle, se remangó la fina tela que cubría sus antebrazos y se dirigió a ella con paso intimidante. Dahlia retrocedió para ganar tiempo mientras adoptaba una pose defensiva.

Él se lanzó contra ella, pero fue demasiado lento: se hizo ágilmente a un lado antes de ser derribada y subió de un salto a la espalda de su adversario para presionarle el cuello con el antebrazo.

—Eres tan lento para pensar como para atacar, ¿lo sabías? —murmuró con picardía al oído de su hermano.

—Y tú demasiado débil como para asfixiarme —rebatió él antes de doblar bruscamente la espalda para hacer caerla caer.

Dahlia aterrizó con fuerza de espaldas contra la hierba, y dejó escapar un quejido agónico de dolor. El golpe la había aturdido por completo, nublándola de pies a cabeza.

Ragnarsđóttir | VIKINGSDonde viven las historias. Descúbrelo ahora