II - XV. Jamás te lo perdonaré

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—ESTA ES LA ESPADA DE LOS REYES

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—ESTA ES LA ESPADA DE LOS REYES.

Horik desenvolvió el arma de la ostentosa tela que la resguardaba para tomarla por los extremos, cuidadosa y solemnemente, y se la mostró a Erlendur.

El príncipe la observó con admiración: era una gran espada, de mayor longitud incluso que una espada larga; la empuñadura de oro estaba rigurosamente ornamentada con múltiples detalles, pequeñas joyas incrustadas y minuciosos patrones decorativos desde el pomo hasta la guarda que precedía a la hoja. La hoja era del acero de la mejor calidad que hubiese visto nunca, ancha y resplandeciente como un rayo, con runas grabadas a lo largo de la acanaladura. Era un arma tan majestuosa como imponente, capaz de arrancar un suspiro con tan solo verla.

—Algún día, si los dioses quieren, esta espada será tuya —prosiguió el rey, otorgándosela a su hijo—. Mañana deberemos hacer algo extraordinario. Deberemos superar la magia de Ragnar Lothbrok, pues amenaza nuestro poder y supervivencia. Los dioses han hablado, y yo he escuchado. Debemos atacar y matar con tal frenesí que nadie sobreviva, porque créeme, si uno solo de esa familia sobrevive, llegará el día en que se levantará y nos destruirá.

De pronto, al oír la última parte del plan, la expresión de Erlendur cambió a una de desconcierto. Una chispa de duda brilló en sus ojos verdes.

—Pero, ¿qué hay de Dahlia? —inquirió, titubeante—. ¿Tendremos que matarla a ella también?

—Puede que Björn y Dahlia sean difíciles de matar —meditó Horik—, dicen que ambos están protegidos por los dioses. Pero sí, es menester que mueran junto al resto de su familia.

—¿No podríamos perdonarle la vida a Dahlia? —insistió el joven—. Me gustaría desposarla. Cuando hayamos asesinado a toda su familia, podría forzarla a casarse conmigo. No tendría el poder para negarse. Y, si es una esposa rebelde, la haremos apalear hasta que se canse de serlo.

El rey inclinó la cabeza, considerando la idea por un momento. Sin duda era un plan bien razonado, e incorporar a la Ragnarsđóttir a su familia podría darles incluso mayor fama y poder del que ya tenían.

Pero no podían arriesgarse.

—Esa joven es la hija de Lagertha, sería capaz de asesinarte en vuestra misma noche de bodas sin temor alguno a las consecuencias —argumentó, apoyando una mano sobre el hombro de su hijo—. No podemos correr ese riesgo. Dahlia tendrá que morir mañana. Podrás desposar a cualquier otra mujer que desees, pero no a ella.

Una sombra de decepción cruzó el rostro de Erlendur, como si se le acabara de negar un juguete que llevaba tiempo anhelando. Pero, al fin y al cabo, lo comprendía, y se limitó a asentir.

Horik retomó la espada de las manos del príncipe y prosiguió, mirándole a los ojos:

—Entrégate a los dioses, cumple su voluntad. Entonces te cederán esta espada, y un reino.

Ragnarsđóttir | VIKINGSDonde viven las historias. Descúbrelo ahora