III - IV. No somos amigos

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ENTERRARON A SUS DIFUNTOS ALLÍ, EN LA COLINA, antes de bajar de la montaña

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ENTERRARON A SUS DIFUNTOS ALLÍ, EN LA COLINA, antes de bajar de la montaña.

El cuerpo de Torstein yacía en el centro de su sepultura cavada en la tierra, rodeado de pieles, armas, sus objetos personales con los que había partido a Inglaterra, escudo en mano y platos de comida a sus pies, además de unas runas que le había tallado Floki para que estuviese en paz tanto en el más allá como en su descanso bajo tierra, ya que, en palabras suyas, «Torstein podría enojarse por haber sido enterrado en suelo inglés».

El constructor de barcos estaba molesto porque su amigo hubiese muerto luchando al servicio de cristianos y por unas tierras que ni siquiera quería poseer, y culpaba de ello a Ragnar. Incluso ahora, celebrando su entierro, la tensión entre ambos se palpaba en el aire.

Se suponía que los nórdicos veían los funerales como ocasiones de dicha y festejos por el paso del difunto a la siguiente vida, pero Dahlia paseó la vista por sus acompañantes mientras intentaba tragarse el nudo en su garganta y no encontró dicha alguna: Ragnar, comprimiendo la mandíbula, observaba a Torstein con lágrimas agolpadas en los ojos; al otro lado de la tumba, Floki lloraba en silencio con la mirada fija en el fallecido y, a su lado, Björn también miraba a este, alicaído y con aire ausente. En contraste, su tío Rollo, al igual que Líljan y los demás guerreros en torno a ellos, parecía tener la pérdida demasiado asumida como para sufrir por ella.

Y aunque no tenían por qué llorar la muerte de su amigo, ya que en esos momentos estaba en el Valhalla, el haber perdido su compañía después de todos los momentos vividos con él suponía un duro golpe para sus compañeros. No era de extrañar que Ragnar y Floki no se sintieran capaces de celebrarlo aún, tras compartir décadas de hazañas con él, y para Björn y Dahlia, que lo conocían desde niños, era como haber perdido a un miembro más de la familia. Torstein era una constante en sus vidas que les había sido arrebatada de repente y no volvería a ellas jamás, no en Midgard.

El rey Ragnar exhaló un suspiro, resignado:

—Él no querría que llorásemos —movió el vaso de hidromiel que sostenía al hablar a sus acompañantes, quienes también portaban bebida en mano—. Probablemente esté viéndonos ahora y riéndose de nosotros por llorar como niñas, mientras él bebe y festeja con los dioses.

Las sonrisas tironearon de las comisuras de los labios de los demás. Sin duda era algo que Torstein haría.

—Luchamos muchas veces juntos en esta vida —siguió Ragnar, mirando el cadáver de su amigo— y lo volveremos a hacer en la siguiente. Viajamos juntos a oeste a buscar una tierra que ni sabíamos si existía, causamos problemas, perdimos algunas guerras y ganamos otras. Pero sobre todo causamos problemas —esbozó una sonrisa nostálgica.

—Y al final —secundó Floki— el desgraciado se libró de la ira de sus mujeres encintas de Kattegat.

Todos rieron al unísono.

Solo cuando Líljan la rodeó con el brazo, con cuidado de no rozar la herida que sabía que tenía en el hombro, y le estrechó el hombro contrario cariñosamente en gesto de consuelo, Dahlia se dio cuenta de lo mucho que necesitaba aquel reconfortante apretón sin saberlo. Y de que una lágrima solitaria le había resbalado por la mejilla.

Ragnarsđóttir | VIKINGSDonde viven las historias. Descúbrelo ahora