11. Late Corazón

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No me di cuenta en que momento de la noche mis ojos se cerraron tal vez fue el agotamiento el que me gano, creo que no dormí más de dos horas, sabía que no podía dormirme en este lugar; estuve esperando que un policía entrara por mí, pero cuando e...

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No me di cuenta en que momento de la noche mis ojos se cerraron tal vez fue el agotamiento el que me gano, creo que no dormí más de dos horas, sabía que no podía dormirme en este lugar; estuve esperando que un policía entrara por mí, pero cuando el sol comenzó a salir y los presos que estaban conmigo ya se marcharon, supe que mis padres no vendrían por mí, probablemente me dejarían aquí hasta que inventaran una buena historia de porque su hijo menor estaba en la comisaría. Esto era patético e injusto, el estúpido de Trevor había salido en la madrugada sin pagar fianza, seguramente su padre solo dijo "afuera" y salió sin reproche; hasta llegue a dudar que Lorcan hubiera llamado a mi madre para contarle que estaba aquí, sin embargo, en si eso no era lo que me preocupaba, sé que tengo el derecho a hacer una llamada, lo que me preocupaba era a quien debía llamar, pensé en llamar a mi padre; pero si mi mamá no quiso venir por mí, menos lo haría mi padre y tampoco se me apetecía ver su cara de decepción. Queda por último mis hermanos, que rogaba porque los dejaran venir.

Me pongo de píe para hacer sonar la reja.

—¡Tengo derecho a un abogado! —Mi voz sale en un grito ahogado, tenía sed, toda una noche sin comer y beber nada, era horrible—. ¡Y también a una llamada!

Pero nadie contesto, nadie se acercó. Los murmullos y risas de los otros hombres en el lugar me provocan escalofríos; nadie se sentía cómodo estando dentro de prisión, así fuera la estúpida comisaría del pueblo.

» ¡Esto es un atropelló! —Sigo con mis alaridos. Más de uno en el lugar me gritaba que me callara, pero no lo hice, seguí— ¡Estarán en problemas si no respetan mis derechos!

Una puerta se abre dejando entrar luz de la comisaria, no dejándome ver con claridad quien era, pero a medida que se acercaba, su rostro apareció, dejándome con un sin sabor. La persona que menos ansiaba ver se hace presente. Lorcan Madden camina hacía mi con una sonrisa retorcida, moviendo en su dedo índice las llaves de cada celda del lugar. No se detiene hasta estar frente a mi.

El hombre era mucho más alto que yo, vestía ese deslumbrante —y patético— traje azul de policía, con la placa visiblemente notoria que lo hacía dueño del puesto de jefe de la policía. A diferencia de sus hijos, Lorcan tenía un cabello castaño claro, casi como si fuera rubio, sus ojos eran cafés; pero con una mirada tan fría que me hacía revolver el estómago y no de los nervios; mientras sus dientes no eran tan blancos como se esperaba, seguramente por la gran cantidad de nicotina que fumaba todos los días, su cuerpo era grande, se notaba que en su juventud fue deportista, sin embargo, de ese recuerdo no debe quedar mucho, solo sus brazos y espalda gruesos. Por último, debajo de toda esa vestimenta, tenía un lunar bastante expuesto en su cuello, que para muchas mujeres de la ciudad las volvía locas. Contando a mi madre.

—¿Porque tantos gritos, hijo?

Mi corazón se acelera al escucharlo llamarme así, el hierro de la reja se siente más duro debajo de mis manos, la ira incrementaba, provocando que mis mejillas se calienten.

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