"Tomarse de las Manos"

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Kaoru siempre se había sentido perdido, de todas las formas posibles, y eso venía desde pequeño, fantasmas que le atormentaban por culpa de sus padres. Más de una vez se les había perdido a sus progenitores, las recordaba todas y cada una de esas veces. La primera experiencia fue en el supermercado, iba al lado de su madre, tomando entre su puño la falda del kimono morado. Ella empujaba el carrito, escaneando los estantes, con los ojos enrojecidos y el rostro cansado. En un momento, Kaoru jaló un par de veces la falda para llamar la atención de su madre, una vez que la obtuvo pronunció con voz aguda ¿Pedo id a esplodad?. Su madre, desinteresada y despreocupada, aceptó dejarle ir a donde él, un niño de 4 años, quisiera ir dentro del supermercado. Kaoru camino por los pasillos, viendo todo a su alrededor hasta llegar a la pequeña librería, donde se entretuvo sacando libros coloridos de sus estantes, mirando las portadas y acariciando las hojas, maravillandose con las letras, que no entendía mucho, y los bonitos dibujos. No sabe cuánto tiempo estuvo en ese lugar, cuando su estómago gruñó por el hambre, se dió cuenta de que estaba solo, que debía buscar a su madre. Se puso a deambular de nuevo por los pasillos, apretando contra su pecho un libro para practicar caligrafía. Quería que su madre lo comprara y él entretenerse un rato en lo que sus padres trabajaban.

Caminó, caminó y caminó hasta que los pies le dolieron. Ese había sido el punto en el que había comenzado a asustarse. Veía a la gente pasar por su lado, pero él no conocía a nadie. El corazón latiendo en sus oídos, las manos sudorosas y temblorosas al igual que sus piernas, los ojos picándole por las lágrimas. ¿Acaso estaba perdido? Con el llanto a punto de explotar se detiene en el último lugar en el que vio a su madre. Las lágrimas cuelgan de sus párpados inferiores, se las enjuga con la muñeca. Su padre le había dicho como diez veces que no llorara, que los hombres no debían de hacerlo.

Cuando creyó que se quedaría en ese lugar para siempre alguien apareció frente a él, le tocó el dorso de la mano con la punta de los dedos, tan delicadamente que creyó estar soñando o, como decía su padre, jugando con su imaginación. Al abrir sus ojos se encontró con otro niño de piel morena y grandes orbes color carmín, tan expresivos y cálidos que lo hicieron sentir más calmado.

—¿Eztaz peddido?

Kaoru asintió, sintiendo de nuevo las lágrimas inundar sus ojos. El niño moreno torció los labios antes de tomar su mano y jalarlo para que lo siguiera. No dieron muchos pasos cuando llegaron junto a un hombre alto y elegante. El niño tiró de sus pantalones un par de veces, recibiendo la mirada de su padre al instante.

—No encuenta a zuz papiz —cuenta a su padre, señalándole con el índice de su mano libre.

El señor le mira, tiene un rostro maduro y algo aterrador, pero a Kaoru le reconforta, es como recibir las palmadas de su abuela pero sin el contacto físico.

—Ey. ¿Estás asustado?

Kaoru asiente, apretando la mano del otro niño y el libro en su brazo.

—Todo estará bien, amigo. Koji y yo te ayudaremos a encontrar a tus padres —ambos extraños le sonríen y él se siente mejor. Las ganas de llorar se van y siente que todo irá bien.

El señor amable le compró el libro y un bocadillo antes de llevarlo a otro lugar dentro del supermercado. El niño Koji no le soltó la mano en ningún momento. Se sentía tan cálido, incluso más que cuando se tomaba la mano con sus padres.

—Oye, amigo. ¿Cuál es tu nombre? Lo necesitamos para encontrar a tus papás

Con ambas miradas rojizas sobre él, Kaoru pronuncia claramente: Kaoru Sakurayashiki, lo había estado practicando frente al espejo prácticamente desde que comenzó a hablar. Poco rato después escuchó su nombre por los altavoces. Se quedaron un largo rato en aquel lugar, viendo a la gente entrar y salir, compartiendo bocadillos que el señor amable les compraba cada cierto tiempo.

—Es tarde, Koji. Debemos ir a casa —avisa el señor amable.

—¿Kadu vendá con nozotos?

El señor amable le mira, y esa mirada no le deja una sensación bonita. Sujeta con más fuerza la mano morena entre sus dedos.

—Él debe esperar a sus padres, Koji. No podemos llevarlo con nosotros

—Pedo... se quedada solcito —la voz se le quiebra y a Kaoru le vuelven las ganas de llorar —. No quedo dejalo. No, no, no —se aferran el uno al otro.

Después de suspirar, el señor amable habló con otras personas antes de tomar la mano de su hijo y arrastrar a ambos fuera del supermercado. Con las compras en la cajuela y los niños sentados en los asientos de atrás, se van a un lugar desconocido para Kaoru. A él no le importa, le gusta estar con estos dos extraños y los dedos de Koji envolviendo su mano se sentía bien.

Los recuerdos de ese día son un hogar cálido y su primer plato de spaguetti a la carbonara; el día en el que decidió que ese sería su platillo favorito, que lo haría recordar una noche segura, cálida y amorosa; su hogar. Durmió junto a Koji, bajo mantas calentitas y después de que el señor amable les leyera un libro. El recuerdo de cómo sus padres fueron a por él no lo tiene muy claro, sólo recuerda que él y Kojiro lloraron un montón, aferrándose a la mano del otro, sin querer soltarse.

Después de esa vez que se perdió y fue abandonado por sus padres, vinieron unos cuantos más. Todos esos días fue Kojiro quien le encontró, quien le tomaba de la mano y le tranquilizaba hasta que sus padres venían por él y volvía a alterarse. Porque se sentía menos en casa cuando estaba con ellos que con Kojiro y su padre; menos perdido.

—Ey, te encontré —Kojiro le sonríe, toma su mano y le besa los nudillos.

El alma de Kaoru vuelve, se siente más consciente, ubicado en el espacio y tiempo. Sonríe, alza su mano libre para acunar la mejilla de Kojiro. Besa tiernamente sus labios. Al igual que sus palmas, deja que sus frentes se apoyen una contra la otra. Aprieta sus manos, ese ancla que le hace saber que no está perdido, que se encuentra en su hogar, aferrándose a la persona que más le ama, que le ha jurado frente amigos y familiares que nunca le abandonaría.

—Siempre lo haces —murmura.

Comparten un beso más, pequeño y amoroso. Tomados de las manos continúan su paseo por el parque en el que tantas veces Kojiro encontró a Kaoru perdido, llorando por sus padres. Estruja su mano pálida, posa sus labios sobre la sien de su esposo tratando de transmitirle tranquilidad y amor; seguridad. Él no le abandonaría.

FluffTober 2021 - Matchablossom VersionDonde viven las historias. Descúbrelo ahora