Capítulo veintitrés (Parte 2)

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Tomados de la mano, Adrien y Marinette llegan a la cima de la Torre Eiffel. El ascensor tardó unos segundos en detenerse por completo, pero una vez que lo hizo, un sentimiento de profunda curiosidad entró inmediatamente en el alma de ambos.

Respirando profundamente, un sordo sonido inundó sus tímpanos antes de que las puertas metálicas se abrieran. En ese mismo momento, el cuerpo de la joven se quedó paralizado ante la magnífica escena que se presentaba ante ella.

Todavía sin palabras, Marinette apretó la mano de su novio mientras buscaba en su rostro inseguro un indicio de comprensión. Intentaba nerviosamente encajar las piezas del puzzle.

Estaba claro que se había hecho un gran esfuerzo para que el lugar tuviera un aspecto tan espectacular. Muchas lucecitas impresionantes estaban pegadas al techo de la torre, lo que de alguna manera hacía que se sintiera como si estuvieran mirando al espacio.

Cuando sus ojos empezaron a ver lentamente el resto de la sala, su corazón empezó a acelerarse inconscientemente cuando echó un vistazo a la maravillosa disposición de la mesa. Justo en el centro, había un enorme ramo de muchas rosas rojas brillantes. Muy cerca de ellas se encontraban varios pétalos de rosas perdidos que estaban repartidos de forma desigual por toda la mesa de madera.

Sin poder contener su alegría, la azabache soltó de repente: —¡Vaya! Esto es tan bonito... ¿Cómo has...?

Sin decir nada, Adrien se limitó a dedicarle una sonrisa maliciosa antes de guiñar un ojo.

Justo entonces, un joven que parecía tener unos veinticinco años se acercó a la feliz y joven pareja. Tenía el pelo castaño oscuro, casi negro, ojos marrones y tez aceitunada.

Con lo que parecían ser dos menús, el hombre sin nombre sonrió amablemente a los adolescentes antes de señalar detrás de él.

—Buenas noches Adrien y Marinette. Su mesa está por aquí.

Marinette se sintió fruncir el ceño. No había visto a ese hombre en toda su vida. Empezó a preguntarse cómo sabía su nombre, pero entonces se le ocurrió una idea. Tal vez Adrien le dijo al camarero su nombre, pero decidió no pensar demasiado en ello.

Sin dejar de agarrarle la mano, la panadera lo siguió hasta su mesa. Una vez allí, la azabache soltó lentamente su mano del agarre protector de él. Sin pensarlo, Adrien le acercó la silla.

Marinette tardó unos segundos en asimilar lo que acababa de suceder. Cuando se dio cuenta de lo que ocurría, no pudo evitar sonreír ante la innegable personalidad romántica de su novio.

—Gracias, amor.

—Es un placer, princesa.

Una vez que estuvo cómodamente sentada en su silla, Adrien la empujó suavemente.

Al ver que ella estaba contenta, el modelo se dirigió rápidamente a su asiento antes de sentarse. Una vez que los dos adolescentes estuvieron sentados, el camarero sonrió antes de entregarles a ambos un menú.

—¿Quieren algo de beber? — preguntó el camarero con un marcado acento español.

Levantando la vista de la libreta negra, Adrien se obligó a sonreír: —Mientras tanto, me tomaré un capuchino. ¿Y tú, Mari? ¿Qué te apetece beber?

Mirando ligeramente a la atolondrada mujer, el rubio esperó pacientemente una respuesta.

—Uhm... La verdad es que no lo sé... Todas estas opciones son muy tentadoras, ¡y además caras! No sé si puedo permitirme siquiera un vaso de agua...—. Se rió nerviosamente.

Frunciendo el ceño, Adrien puso suavemente una mano sobre la suya: —Oye... No te preocupes por los precios. ¿De acuerdo? Yo pagaré todo. Sólo tienes que escoger lo que quieras—, frotando suavemente su pulgar a lo largo de su sensible piel, le dedicó una tierna sonrisa.

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