El Mirlo

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Răzvan

Mi objetivo es asustarla para que de algún modo, sepa que no es correcto estar conmigo. El corazón me duele en cuanto le veo el terror en los ojos, ese reflejo iridiscente de lágrimas que parecen querer desbordarse. No me muevo, quiero fingir que soy una estatua de piedra, aunque de cierto modo, puede que eso sea, solo una roca a la que le dieron un soplo vulgar de vida, o algo similar. Ofelia niega con la cabeza y sale fuera del arce, la veo trastabillar. ¿Debería seguirla? ¿Debería permitírmelo?

—¿Răzvan? —su voz me llama con un tono agrío. Salgo en el más absoluto de los silencios.

Está dándome la espalda, mirando a la distancia. Quizá trazando o midiendo las distancias entre los picos de las tres colinas que se elevan. Es algo que ella solía hacer cuando discutíamos, guardaba silencio sepulcral, se perdía en algún paisaje y pensaba bien en lo que me diría. No quiero dejarla pensar en palabras afiladas para mí, porque cuando las tenga, y eso será seguro, me dará una asestada mortal, dejándome imposibilitado para poder combatirle. Ofelia siempre ha sido mucho mejor que yo para debatir.

—¿Sabes por qué los mirlos cantan de noche? —pregunta.

Ah. Esos pájaros negros y pardos. Con su gorgojeo melodioso y similar al sonido de una flauta grave.

—No lo sé.

—Para alejar a otros de ellos. Para decirles que están en su territorio y no deben acercarse.

—¿Qué estás intentando decirme?

—Que tú eres un mirlo —entonces se da la vuelta para encararme. A pesar de la visible diferencia de estaturas, yo me siento pequeño en cuanto ella da un paso al frente y levanta las manos para reprenderme—. Y lo haces bastante obvio.

—¿Qué cosa?

—Intentar asustarme para alejarme.

—¿No crees que he tomado dos vidas? ¿Cómo siquiera piensas que he vivido tantos años?

—No digo que no lo hayas hecho. Lo que digo es que lo estás diciendo para asustarme. ¿Quieres alejarme? ¿En serio lo quieres?

Soy incapaz de responder. Si digo que sí, sabrá que miento, y si digo que no, se quedara conmigo.

—Los mirlos machos son de plumaje oscuro, mucha gente al verlos piensa que son aves de malagüero. Y de hecho, son todo lo contrario. Tienen un canto hermoso, uno de los más hermosos que pueda existir.

—Yo no soy un mirlo —la interrumpo, porque es muy claro el rumbo por el que está llevando sus palabras.

—Cuando un mirlo aparece —me ignora y sigue hablando con determinación—, significa que nos ha llegado el llamado. Es el propio mirlo que nos llama a seguirlo, nos llama desde la puerta que está entre los dos mundos. Si vas con él conseguirás sanación y veras la profundidad de tu alma. Pero para ello hay que trabajar, forjar tu propio corazón —me señala con su dedo índice—. Tú eres ese mirlo, Răzvan. Solo que no quieres aceptarlo.

— Yo... —antes de que pueda negarlo de nuevo, Ofelia se da la vuelta y emprende su marcha.

—Me voy.

Las piernas se me quedan atascadas. Una parte de mí quiere seguirla, otra quiere convertirse en un tronco para permanecer inmóvil. Al final, el corazón le gana a la razón.

—No te vayas —soy tan imprudente que le tomo de una mano. Ella se detiene pero no me mira—, por favor.

—Hace un momento dijiste que me amabas, ¿aún lo haces?

MI LOBA DE PRIMAVERADonde viven las historias. Descúbrelo ahora