Primavera

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Răzvan

Nos dan un camarote decente. Aunque solo uno y con una cama pequeña. Tendré que dormir afuera y vigilar la puerta, no se puede confiar en que los corsarios mantengan a raya a sus hombres, siempre habrá algunos que no acaten las órdenes como se debe.

—Comida —del otro lado de la puerta escucho el español mal mascado de uno de los marineros—. Abrir, comida—repite.

Abro la puerta y coloco el pie para que no la empuje si es alguna trampa y solo busca entrar, si lo hace, no podría asegurar que salga con vida. Sin embargo, una bandejita de metal se asoma. El hombre intenta mirar dentro, ¿acaso nunca ha visto una mujer en su vida? Ah, pues claro, no una como mi Ofelia. Le obstruyo la vista y su expresión se endurece, frunce el ceño y me entrega la bandeja de mala gana.

—Nos han traído... Pan tieso —toco uno con la mano, y en efecto es tieso como roca—, arroz frío y carne de cabra.

Sin embargo no logro atraer su atención. Ofelia esta con los ojos fijos en la pequeña venta circular del camarote. Las olas son tan altas que golpean el cristal. Soy consciente de que su oído es mucho más agudo que el mío, así que estoy seguro que debe escuchar el viento de la tormenta como si le pusieran unas bocinas amplificadoras. Sus hombros tiemblan bajo la manta grisácea que nos dieron y sus dientes castañean. Dejo la bandeja sobre una mesa anclada al muro y camino hasta la cama que está anclada en el muro izquierdo. Me siento a su lado y me tomo la libertad de tocarla el hombro.

—¿Todo está bien? —aunque sé que no lo está, pero el primer paso es que ella reconozca lo que va mal.

Menea la cabeza de un lado a otro con lentitud— Sí —eso me saca una sonrisa, porque no ha dicho lo que en verdad piensa, se da cuenta y trata de corregirse. Balbucea cosas ininteligibles y al final se rinde.

—No.

—¿Quieres hablarlo? —asiente una vez—. Te escucho.

—Wrenna...Ella, ¿estará bien?

¿Quiere preguntar si está viva?

—Seguramente sí. El ácido solo la habrá dejado ciega —su expresión es de terror—, tranquila. Sería algo momentáneo —probablemente—, quizá, le deje una marca rojiza y no una cicatriz. Vivirá.

Cuando escucha la palabra, suspira, liberando una tranquilidad que se me antoja innecesaria. Wrenna la mataría sin dudar y ella está preocupándose porque siga con vida.

Alguien abre la puerta del exterior, y escuchamos como entra a pasos apresurados. Sin embargo, es tarde para cuando cierra la puerta, porque una ráfaga bestial de viento se cuela, aullando como alma en pena. Miro a Ofelia y la veo encogerse y cubrirse los oídos con fuerza.

—Todo está bien —me apresuro a colocar mis manos sobre las de ella, presionando para que el miedo la abandone. Su cuerpo se contrae y una vez más un par de lágrimas asoman por sus ojos cafés. La acerco a mí y la acuno en mi pecho, rodeándola con un brazo, mientras que con el otro sigo protegiendo su cabeza y oídos— Nada malo va a pasarte.

La tormenta sigue y sigue. El barco se balancea como si estuviera en una cuerda floja. Las luces fallan de vez en cuando sí alguna ola es lo bastante fuerte. Hay sacudidas y tumbos, pero Ofelia no parece mareada en absoluto. ¿Eso es normal? Al pasar un par de horas, la tormenta va reduciendo al punto de ser solo lluvia ligera que choca sobre el cristal.

—Iré afuera —le digo en cuanto la dejo aovillada en la cama.

—No te vayas.

—Sí, sí. No voy a molestar con eso —pensaba que me reprendería para no insistir con quedarme dentro, pero...—. ¿Qué fue lo que dijiste?

MI LOBA DE PRIMAVERADonde viven las historias. Descúbrelo ahora