VANIA ISABEL
Sentados bajo nuestro pequeño y torcido arce que ahora está lleno de follaje, el día parece detenerse. Sus ramas y hojas se mecen al ritmo pacifico del viento de la primavera. El musgo bajo mis muslos se siente suave y fresco. Escucho el canto de los mirlos, el zumbar de las abejas, el martilleo de los pájaros carpinteros, los saltos trémulos de las ardillas que van de árbol en árbol, y el galope incesante de los corzos. Justo al frente se aprecia la triada de los mirlos, altas, imponentes y vivas...Con una coronilla de nubes que las surcan por la espalda. El cielo es azul, de un tono vibrante, el sol apenas y nos quema, ya que es más como caricias melosas. Todo se ve hermoso, todo es perfecto, salvo por una cosa, y esa es que yo no puedo apreciar la belleza de lo que nos rodea, porque ahora me la paso perdida en la mirada blanquecina de Răzvan.
El negro ónice de sus ojos se ha perdido por completo, ahora, en su lugar hay un blanco similar al ópalo. En el momento en que vi sus ojos tornarse en aquel color, un sentimiento me embargó por completo: Miedo. Cuando comprendí que lo que el gran mentiroso le había quitado era eso, no pude hacer nada. Y cada día, desde entonces, me culpo por ello. Sin embargo, aquí estamos, el uno junto al otro.
—¿Qué fue eso? —pregunta ladeando la cabeza y colocando su mano sobre su oído izquierdo.
—Fue una Catarina —le explico—. Te ha pasado volando muy cerca.
—Oh...Pues claro, era eso.
Me muerdo los labios para no dejar escapar un gemido de dolor. No soporto verlo así. Con la pérdida de su visión y de su habilidad para escuchar mejor las cosas, todo es muy confuso para él.
Es como si lo dejaran indefenso en un ruedo de lagartos y serpientes. Él está en el centro, sin poder ver u oír, y solo puede fiarse de su tacto para saber las cosas.
—No hagas pucheros.
—¿Qué?
Lo veo juntar sus cejas y curvar los labios.
¿Cómo puedo creer que él no lo va a notar? Cuando me conoce a la perfección.
—No hago pucheros —miento fatal.
Me busca con sus manos. Yo me inclino y le ayudo a tocarme las mejillas. Con sus dedos recorre mi mandíbula y acaricia mi rostro. Traza con sus pulgares mis cejas, y sigue un camino que pasa por el puente de mi nariz hasta mis labios. Entonces deja sus dedos ahí, y yo le muevo las manos para besar sus nudillos.
—Todo está bien. Ofelia, estoy bien —vuelve a repetirme.
—A veces creo que sí, otras veces creo que no. Yo no sé sí...—me calla con un tierno beso.
—Sí estamos juntos todo está bien. Además, sé que cuento contigo, ¿no es así?
—Siempre.
—A menos claro, que te molesto estar con un debilucho y ciego como yo —bromea.
Le doy un golpecito en el hombro y me muevo hasta pegarme a él y reclinarme para recostarme sobre su regazo. Răzvan pone una de sus manos sobre mi hombro, y con la otra, me acaricia el cabello.
—¿Cómo se ve tu papá cuando cenamos? —se anima a preguntar.
—¿Por qué?
—Es que...Creo que le caigo solo un poco mejor.
—Estás en lo correcto. —Me carcajeo—. Le agradas más.
—¿Le agradaba antes?
—Buen punto...
—Pero lo digo en serio, creo que su voz es menos...¿Golpeada? Cuando me habla.
Rememoro la cena de la noche anterior. Papá se toma las molestias de ayudarlo cuando un cubierto se cayó, lo juntó y le dio uno limpio. Y no se molestó tampoco cuando por accidente derramo el agua sobre él...Aunque, espera un segundo.
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MI LOBA DE PRIMAVERA
FantasyLa hija menor de Dante y Annie tiene un secreto poco peculiar, uno que la pone contra la espada y la pared. Familia y amor, todo se une y se separa por una sola razón: Răzvan. -Răzvan- -¿A que le temes, Răzvan? -baja sus manos a la hierba y comienza...