Recuerdos

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Vania Isabel

Despierto en cuanto siento pequeñas trazas de luces atravesando las ventanas, justo cuando un cántico suave se cuela por las mismas y acaricia mis oídos. ¿Son pájaros? Y en efecto lo son, pero me parece extraño escucharlos, cuando en compañía de Răzvan es prácticamente imposible escuchar cualquier sonido de de la naturaleza.

—¡Răzvan! —digo su nombre y salto en la cama para buscarlo. Mi expresión se releja en cuanto lo veo.

Tiene los ojos cerrados y respira profundamente. Su pecho sube y baja marcando un ritmo de paz, algo que casi nunca veo en él. A veces me pregunto si tiene pesadillas, pero, en este momento, parece todo lo contrario. Se ve tan calmado que no deseo perturbarlo. Me deslizo de la cama y salgo de puntillas, tomo mi ropa y cierro la puerta sin hacer el mínimo ruido posible. Al bajar las escaleras y llegar a la sala, me quedo sentada en el último escalón. Y entonces los recuerdos de la noche anterior se agolpan uno tras otro. Siento de nuevo las manos de Răzvan, ásperas como piedras pero fuertes como el acero. Recuerdo la sensación de sus labios sobre mi piel, la de mis dedos sobre su pecho y las cicatrices. Me estremezco y me llevo las manos a la cara.

—No puedo creer lo que hice —y por culpabilidad, pienso que yo lo he forzado.

Sí, esa era mi intención, pero luego de ver que en verdad había pasado, me siento extraña y culposamente satisfecha.

Después de que la mayoría de mis memorias con él en este lugar regresaran como chispas en una explosión, sentí la necesidad de retomar todo el tiempo perdido, para mí quizá fueron algunos años, pero para él, siglos, siglos en soledad y tristeza. Quizá quería recompensarlo, o quizá, quería calmar mi propio deseo carnal y emocional por Răzvan. De una u otra manera yo sabía que tarde o temprano íbamos a consumar ese deseo, pero que haya sido la noche anterior, me pone ligeramente avergonzada.

Como puedo me obligo a darme un baño y vestirme decentemente. Entonces salgo a las escaleras de la entrada en cuanto escucho pasos en la planta alta.

—Ya despertó —me digo nerviosa.

Afuera el clima sigue siendo frío, aunque es mucho más tolerable y hasta cierto punto, agradable. Pero no me sigue pasando por alto el canto de las aves, ¿por qué cantan? Y no solo son ellas, del otro extremo, justo frente al lago pasan un par de corzos sin pena alguna. Suelto un graznido de asombro y ellos me miran, con sus elegantes y doradas cabezas. Olisquean el aire, y uno de ellos tiene la osadía de cruzar para beber del lago, cuya capa de hielo es inexistente.

—¿Qué no sienten a Răzvan? —mi teoría es que cualquier animal evita su presencia, ¿qué es lo diferente el día de hoy?

Estoy tan distraída contemplando a los corzos, que no noto cuando la puerta se abre y Răzvan pone un pie fuera. Es la reacción de los animales la que me asombra aún más, puesto que solo levantan la mirada y vuelven a sus acciones normales, olisquear la hierba en busca de algo que comer, y terminar de beber agua helada. Después se dan la vuelta con suma lentitud y desaparecen entre los árboles.

—Răzvan, ¿has visto eso? —ahora no tengo duda, su presencia no los ha perturbado y mucho menos hecho correr llenos de pavor. ¿Qué significa eso? Esperaba obtener una respuesta de él, pero su expresión sólida y afligida me quita toda intención de preguntar— ¿Răzvan? —le llamo, quiero ponerme en pie y acercarme a él, pero lo evita y se sienta a mi lado en silencio. Un silencio sepulcral que me pone incomoda— ¿Pasa algo? —el sonido de mi voz me alarma, sueno tan asustada y confundida que el propio Răzvan pone una palma en mi mejilla y se obliga a sonreírme.

—Vania Isabel —dice mi nombre, aunque me cuesta trabajo entender que se refiere a mí.

—¿Por qué me llamas así?

MI LOBA DE PRIMAVERADonde viven las historias. Descúbrelo ahora