Las cuatro estaciones

293 33 10
                                    

Răzvan

Había pasado demasiado tiempo con Ofelia, demasiado tiempo en un mismo lugar. Y sé perfectamente las consecuencias que eso puede traer. La ciudad en donde me encuentro ahora, es lo bastante grande como para perderme o pasar desapercibido, solo son cuatro días, de los cuales, solo cuento con tres para atraer su atención aquí y luego perderme de nuevo.

Las calles vacías y silenciosas se mezclan unas con otras, son montones de cuadros grises que se compaginan con el negro del pavimento. Los faroles son apenas una fuente segura de luz para los transeúntes, pero en una ciudad como esta, donde puede decirse que la vida es de noche, eso no representa ningún problema para sus habitantes, que deambulan de un lado para otro, algunos corren, otros caminan, unos más llevan consigo a pequeños y grandes canes que me olisquean con curiosidad para luego retroceder asustados contra las piernas de sus dueños. Debe confundirles, el olor de lo no vivo emanando de algo que se mueve y se ve como un humano. Dejo las voces atrás, el bullicio, y llego hasta la zona más alejada, la de los almacenes del puerto.

—¡Buenas noches, Bob! —un hombre con casco es el último trabajador en la zona, se dirige a la salida mientras saluda al guardia que pasara en velo vigilando.

—Iván, ¿qué haces aquí? No creas que por quedarte más horas te pagaran doble —el hombre con el casco amarillo suelta una carcajada y se soba el abultado estomago que sobresale de su camisa a cuadros.

—Lo sé, pero no quiero llegar a casa aún.

—¿Por qué?

—Mi esposa está muy molesta porque olvide nuestro aniversario. Va a matarme cuando me vea —dice apenado. Y para que no logren verme, salto de una vez la reja metálica y me fundo entre las sombras que acogen las pilas altas de los contenedores metálicos.

—No seas cobarde, Iván —el guardia le abre la reja y lo deja salir—. Mejor dale un buen obsequio, llévala a cenar a un restaurante fino. Es tu esposa, ya deberías saber que le gusta.

—Tienes razón, debería hacerte caso a ti, ¿cuántos años de matrimonio llevas?

El guardia parece sentirse orgulloso, porque muestra la argolla de matrimonio en su mano— Veinte años.

El hombre frente a él hace un silbido de asombro —Ni hablar, tendré que esforzarme. Nos vemos, Bob.

Y entonces, cuando el hombre ya no es visible, Bob vuelve a la cabina en donde estaba antes. Lo veo servirse una buena taza de café humeante y tomar un periódico de su escritorio ya viejo y decolorado.

Sigo mi camino hasta llegar a la parte más alejada, a mi alrededor están las hileras de contenedores, y en la parte de enfrente, la desembocadura al mar. No soy idiota, capté dese hace mucho que ya me estaban siguiendo. Solo espero que esto sea rápido y además, me pregunto que será esta vez. ¿Un recién despertado? ¿Uno suyo o robado? ¿O se habrá superado y conseguido algo mejor para mí? Y de pronto, los pasos de unas botas son audibles, está sobre mí, arriba de los contenedores. Me muevo rápido y veo la sombra caer como un cuchillo afilado.

—Wrenna —la llamo en cuanto la veo. De todas las opciones ella era la última, porque es la menos deseada.

Wrenna es una jovencita de aparentes quince años, una chica tonta y estúpida que confía a ciegas en él. La tomó de una familia que le debía un favor. Un pago, así se refirió a ella una vez. De los demás que tiene o ha enviado en mi búsqueda, ella es la más letal e insistente. Supongo que es la favorita porque tiene un talento nato para matar.

—Răzvan —escupe mi nombre con asco. Me odia, no es para más —. ¿Cuánto tiempo?

Su voz rasposa me recuerda siempre a lo triste que debe ser su vida. Y sobre todo, a que el causante de aquel tono desgravado en su voz fui yo. No quise matarla, no quería matar una niña que apenas y sabía que es lo que hacía. Pero las heridas que le cause dejaron una marca cruel. Y la voz que debería ser de una joven, sonaba como la de una mujer enferma.

MI LOBA DE PRIMAVERADonde viven las historias. Descúbrelo ahora