La ciudad roja

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Răzvan

El corpulento hombre que camina a mi costado no me dirige la palabra más que para lo más necesario. Me odia, no es para más. Dante, como tengo entendido que se llama, me explicó en pocas palabras la información que había obtenido del desafortunado hijo de la noche que se atrevió a poner un pie en Green Cold. Había cantado que a mediados de febrero, Vikram y un grupo selecto iban a recibir a los nuevos miembros del gabinete que dirigiría la ciudad roja por el próximo periodo de diez años. Yo no creía ni por poco, que él sería tan descuidado como para asistir, sabiendo que estaría buscándolo. Quizá enviara a uno de sus allegados más cercanos, y eso, ya significaría un avance significativo si lográbamos pescarlo y hacerlo hablar. Así que, sin más motivos que ese, pasamos casi un mes completo merodeando otros lugares antes de acudir a la ciudad roja, nos topamos con un grupo de cinco hijos de la noche en las ciudades de los Alpes. Dante era...Muy contundente a la hora de hacerlos hablar, y no lo culpo, la seguridad de su familia estaba en juego, así que lo ayude a conseguir tanta información como pudiéramos. Algunos no sabían nada, otros, atisbos de conversaciones cruzadas y pistas sin sentido. Sin embargo, había que hacer algo mientras se pudiera. Y tras semanas de viaje en silencio y con miradas hostiles hacía mí, al fin, la ciudad roja se hace visible.

Es de noche y el puerto nos da la bienvenida con un montón de banderas rojas con la Bauhinia blanca de cinco pétalos en el centro. Los edificios imponentes y estilizados llevan encendidas las luces de cada piso, luces que destellan con un endemoniado fulgor rojizo. Toda esta ciudad es un mar de sangre que fluye con violencia, lo notas desde que pones un pie en el puerto. La gente camina y habla en voz tan alta que puedes escuchar a la perfección lo que dicen sin prestarles atención alguna. Los canales que atraviesan las grandes calles y las más importantes, desprenden un olor fétido y desagradable, similar al azufre y a la inmundicia. No hay muchos árboles, y los que hay, más bien parecen artificios de plástico, obra de la mano humana.

Antinatural, como tú. Dice la vocecita en mi cabeza que me recuerda a diario que yo soy algo que no debería existir.

La cantidad de humanos que cruza las calles es un camuflaje perfecto, o eso quiero creer, pues el tamaño de Dante es demasiado como para pasar desapercibido a la primera. Sin embargo, desde la distancia debemos de confundirnos con los miles de personas que caminan a nuestro lado. Frotándose unos con otros como si estuvieran saliendo de un jarrón de comida. Una sonrisa amarga se me forma en el rostro ante la idea previa, porque queriendo o no, estas personas no son conscientes de que en realidad, son exactamente eso, un par de aperitivos que los hijos de la noche más desagradables están esperando a atrapar con la punta de los dedos.

—Es aquí —señalo con la cabeza el pequeño pasillo amarillento y grasoso que aguarda en la misma esquina de siempre. Dante, o no sé si llamarlo señor Dante, asiente con la cabeza. Sigue mis pasos, y al dar un vistazo rápido a nuestras espaldas, no logro captar ni sentir nada. Estamos solos, por ahora.

Introduzco la llave vieja y entramos a un pequeño patio de no más de dos metros de ancho por uno de largo. Al frente, y pintada en un rojo carmesí está la puerta que toco dos veces, hago una pausa, toco otra vez y luego tres veces más de forma rápida.

—¿Es seguro? —pregunta Dante.

—Seguro y confiable.

Es entonces que la puerta chirria con un sonido espantoso que cala los oídos del hombre a mis espaldas, se encorva y tapa el oído izquierdo con aparente molestia y fatiga.

—Maldita porquería...—escupe con rabia porque la puerta sigue chirriando con excesiva lentitud.

—Ya deja eso, Bronia —le digo y la dulce anciana que se asoma parece divertida ante mi petición.

MI LOBA DE PRIMAVERADonde viven las historias. Descúbrelo ahora