Corre

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Răzvan

El edificio no es más que un complejo abandonado a las orillas de un bosque. La idea de los ejecutivos de conectar con la naturaleza, se vio opacada cuando descubrieron, y demasiado tarde, la cantidad de humedad que se filtraba. La obra fue abandonada, se redujo a la nada. Y es tan oscura y apabullante, que ni los vagabundos desean usarla como refugio. Menos mal que esta vacía, porque gracias a eso puedo traerlos hasta aquí sin temor a lastimar a un tercero. Escucho sus jadeos, sus ansias de atraparme. Les dejo verme entrar en el edificio y entonces noto que al menos cinco lo han conseguido.

—¿Cómo es que consigue tantos de ellos? —siguen llegando de la nada, montones de ellos, como una horda. Figuras masculinas y femeninas, algunas ya mayores, otras, como simples chiquillos. Todo son subordinados de Vikram—. ¿Cómo demonios lo hace?

Lanzo a un chico alto contra el muro de concreto que divide el gran edificio abandonado, el impacto es tan fuerte que lo atraviesa, dejando una nube espesa de polvo.

—¡Cojedle! —una voz con acento español interrumpe abruptamente el silencio que ha sobrevenido luego de que la que pared cediera por completo, derrumbándose en montones de escaramujos de concreto y ladrillo—. ¡No lo dejen huir!

Ha pasado un horrible año desde la última vez que vi a Ofelia. Y en ese año no he logrado más que cortarles vuelta y despistarlos, aunque no dura mucho. Me han seguido por tres continentes sin parar, incluso a las desoladas y frías tierras del Everest. Sigo sin comprender como lo hacen, son tan rápidos que no he podido perderlos por más de tres semanas. A causa de ello, no he podido arriesgarme a volver a Green Cold. En un principio quise hacerme fuerte y hacerme a la idea de que no iba a volver jamás, al menos, de que no debería volver. Pero el sonido de su risa, su voz, la forma en que dice mi nombre, sueño con ella cada noche, siento que puedo tocarla si estiro mi mano, o que al despertar, en un caso hipotético, estará a mi lado. Soy débil, eso lo tengo muy claro, pero todo este tiempo sin ella, es aún más difícil que los otros más de cien años que pase marginado en una soledad autodestructiva. No obstante, hay algo que me da valor, que me hace pensar que puedo continuar haciendo esto por bastante tiempo más, y eso es, que sé, que ella está bien, y lo sé porque su rostro sonriente aparece en las fotos de la página oficial de su escuela, como miembro del club de lectura, y participante de eventos deportivos y eventos benéficos. La última foto es de la graduación del último curso, puedes llamarme stalker, pero eso es el último recurso que tengo para saber que está bien sin atraer atención indeseada. No ha habido noches en las que no piense en ella, en las que no desea volver a su lado, estrecharla en mis brazos, y sobre todo, pedirle perdón por mi ausencia tan prolongada.

—¡Lo tenemos! —vuelve a gritar la voz. Y un remolino de garras me apresa, clavándose en mis brazos. Escucho siseos y unos levemos gemidos trémulos pero airosos, ¿festejan? ¿Y qué festejan? ¿Qué hoy morirán?

Con una sacudida me desprendo de sus agarres, tomo a dos por el cuello, uno en cada mano. No los miro a la cara, porque verlos retorcerse del miedo no ayuda. Presiono con fuerza y un crujido espantoso causa pavor entre los otros. La sangre se chorrea en cuanto aflojo mis manos y borbotones de ella cae al suelo de la construcción. La luz de la noche entra por las pequeñas grietas, iluminando los rostros austeros de mis perseguidores. Solo quedan tres.

—No...—murmura el español—. Él no nos dijo sobre esto.

Ahora deben estarse cuestionando la razón por la cual este trabajo es tan difícil, preguntándose, "¿cómo es posible que uno de nosotros pueda acabar con dos de forma tan sencillamente cruel y rápida? Sí lo supieran, no lo creerían.

—¿Qué les dijo? —pregunto.

Los veo retroceder, algo inteligente de su parte. Una mujer de rostro pétreo responde mirándome a los ojos.

MI LOBA DE PRIMAVERADonde viven las historias. Descúbrelo ahora