Aullidos de dolor

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Vania Isabel

En cuanto la escucho decir el nombre, pienso que es un buen momento para correr. Vikram, el mismo nombre que escuchaba decir a Răzvan en mis recuerdos.

—No pensarás en huir, ¿verdad? —la voz de la chica es muy ronca, parece que tuviera una gripa horrible y no encaja para nada con su perfecto rostro. Si no hubiera percibido el olor, probablemente hubiera seguido pensando que era una especie de ángel gótico—. ¿A dónde vas?

Sin darme, cuenta retrocedo sin apartar la mirada de ella. La veo ladear la cabeza y sonreír mientras de sus mangas desliza unas afiladas dagas plateadas. Las pone en alto, sosteniéndolas con firmeza y las hace chocar entre ellas. Una demostración innecesaria de lo afiladas que están, puesto que solo hacía falta verlas. Las lleva de un rápido movimiento a sus costados y el sonido que hacen al cortar el aire es abrumador y peligroso.

Debo salir de aquí. Pienso, pues todo en esa chica me grita que es peligrosa, que debo irme cuanto antes. No creo que ella sea como Pawel, además, esta vez estoy sola, no hay un Răzvan que me ayude a sostenerla mientras le desgarro la garganta.

—Anda, Ofelia —me llama y al ver mi cara de incomodidad, cambia su tono a uno más curioso—. ¿Sí te llamas Ofelia?

—No —respondo con toda la tenacidad que tengo.

—Oh, da igual. Vendrás conmigo. Puedes hacerlo por las buenas o por...—se interrumpe mientras me ve tomar una posición defensiva—. O por las malas —sus labios se curvan con diversión y de un momento a otro se lanza frente a mí.

Y contra todo pronóstico, ella no es tan rápida como Răzvan, a decir verdad, ni siquiera Pawel lo era. Puedo verla correr hacía mí, es rápida sí, pero mis ojos la encuentran y logran ver sus movimientos, fluidos como un pez vela. Muevo mis piernas a la derecha y extiendo las manos para tomarla de un brazo y desarmarla. ¿Cómo es que se hacer eso? ¿Cómo es que puedo pensar en tácticas de defensa? Jamás he estado en peligro como este, y lo que papá me ha enseñado es diferente a esto. En un vertiginoso contrataque ella dobla el brazo y extiende el otro, logro saltar y ver como la cuchilla pasa a escasos centímetros de mi rostro.

—Pareces ser buena —dice—, lastima. No tengo tiempo para jugar contigo. Esto será rápido.

No termina la frase aun cuando ya está saltando contra mí, no soy capaz de esquivarla y una fuerte patada me lanza fuera del sendero. La nieve me golpea en la cara, picándome cuando me cae en los ojos y la boca. Está fría bajo mis manos, pero hay un extraño calor en mis labios. Debí de golpearme con algo al caer, porque el sabor de mi sangre, metálico y salado, me dice que debo pelear mejor si quiero escapar, o matarla. Veo por el rabillo del ojo un destello, son sus dagas, y su silueta que se aproxima hacía mí desde arriba. Ruedo y una explosión de nieve se levanta, dejando ver a la chica de cabello plateado de pie y con rostro sonriente.

—No eres humana, ¿qué eres? —piensa y se lleva un dedo a los labios mientras yo me pongo de pie, arrojando mi mochila a un costado para poder moverme mejor—. ¿Una bruja? —me mira de arriba abajo, fijándose en mi cuello y mis brazos—. No, no tienes las marcas— suspira—. Quizá...¿Nephilim? Digo, eres rubía —mira mis ojos con atención—, pero sin ojos purpúreos.

—¿No sabes lo que soy? —le pregunto.

—No —se alza de hombros—. Igual no importa —sentencia y vuelve a arremeter contra mí. Está vez nuestras palmas chocan y forcejeamos. Es fuerte, pero parece que se contiene. Entonces veo una apertura en su defensa, y le planto un buen rodillazo en el estómago —. ¡skurwysyn! — se queja y se rodea con una mano.

MI LOBA DE PRIMAVERADonde viven las historias. Descúbrelo ahora