Hibisco

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Vania Isabel

Por la noche caigo como palo en mi cama. Me la he pasado hablando con Linette, Erik y mi hermano Car. Además de que al atardecer todos celebramos con un brindis y un montón de anécdotas contadas por mamá mientras se desempeña como veterinaria. Alex estuvo receloso, pero, al final, el ambiente le bajó los humos y se unió a los demás. Mis ojos están cerrados y siento que en cualquier momento me voy a perder.

Piensa en todos los recuerdos que hay en tu cabeza que tengas de nuestra infancia.

La voz de Răzvan resuena en mi cabeza como eco. Es cierto, debo recordar cosas que no me dicho él. Cosas que ya sé. Pienso en ello, pero los recuerdos no vienen a mí, soy yo la que va a ellos. Y de pronto, estoy dormida. Estoy segura, porque no es hora del almuerzo, y no tengo el tamaño de una chica de dieciséis. Hay una mesa de madera de roble, pequeña y rectangular. Hay personas comiendo, personas que nunca había visto antes. Charlan entre sí con alegría, se sonríen y hay dos chicos peleando por un trozo de pan. El chico y la chica son pelirrojos, y ambos son el reflejo exacto del otro.

—Cordelia, Oberón, dejen de pelear —una mujer de rostro ovalado, ojos cafés y un cabello rubio cenizo como el mío los reprende. Ambos chicos se miran, pero ninguno parece querer soltar el trozo de pan en sus manos.

—¡Ya oyeron a su madre! —un hombre de cabello castaño, similar a las avellanas, y con ojos verdes, levanta la voz. Les dice algo más, pero su mirada me deja helada. ¡Es papá! No sé cómo explicarlo, pero es él. Con esa misma mirada tozuda y el ceño fruncido, sus ojos son idénticos, de ese verde profundo.

Entonces miró de un lado a otro en la mesa. De la mujer al hombre...Es como, como si sus rostros se hubieran intercambiado. ¿Mamá con cabello rubio?¿Papá con cabello castaño? Son ellos, indiscutiblemente son ellos.

—¿Qué te pasa, Ofelia? —una quinta voz susurra a mi costado.

¡Selene!

—No es nada —mi voz surge sin que apenas y lo piense. Claro...Es cómo en todos mis recuerdos. Soy testigo pero no puedo interactuar, aún sí se trata de mi vida pasada.

La chica junto a mí es Selene, no hay nada de diferente en ella. Me toca la cabeza y me pasa un trozo de pan de su plato a medio terminar.

—Gracias —respondo y me meto trozos de pan a la boca.

Y ahora, me es imposible dejar de mirar a los pelirrojos frente a mí. ¿Cuál de ellos es Alex? ¿Cuál Carter? Y ¿por qué uno es una chica? ¿No deberían ser los dos varones?

Cuando la comida se termina, papá se levanta, toma un hacha que está junto a la puerta y sale acompañado de uno de los gemelos. Mi madre y Selene recogen la mesa, y el otro gemelo...O gemela, se levanta y toma un gran montón de tela, para ponerse a coser con una aguja sobre ella, me parece que es una falda. Y como si no quisiera atraer la mirada de nadie, me levanto sin hacer ruido, salgo de la casa y cojo una cestita que encuentro semi oculta en un arbusto alejado de la entrada. Antes de echar andar, reviso su interior. Hay pan, calabaza hervida, un elote y un libro. Al terminar de comprobar, me adentro en el bosque, primero a paso lento, luego a toda velocidad, corriendo, esquivando ramas y saltando por encima de las zanjas que hay en el camino. Logro llegar hasta un área llena de árboles que se apretujan entre sí, un lugar en donde la luz del sol es escasa, y donde el sonido del río que cruza es seductor y suave.

—Traje comida —digo y me voy a sentar sobre un tronco caído que no cruje cuando le pongo los dos pies encima— y también traje un libro.

—¿Qué hay de comer? —de la copa de los arboles me llega la voz infantil de Răzvan, que desciende de un salto y aterriza sin hacer ruido sobre el tronco. Se sienta junto a mí y pone las manos como un cuenco.

MI LOBA DE PRIMAVERADonde viven las historias. Descúbrelo ahora