Año 1873

189 24 5
                                    

Vania Isabel

Es una tarde tranquila, los bosques de Polonia son muy tranquilos, en especial este. Donde los pinos se alzan imponentes, el musgo cubre los troncos caídos y a cada diminuta o enorme roca que se nos pone enfrente.

—Es como un cuento de hadas —asumo en voz alta para que mi agradable compañero escuche.

—Lo es, pero se debe más a que hay preciosas princesas caminando por aquí. — Răzvan toma mi brazo con cuidado, haciendo que nuestro pequeño paseo se torne más agradable. Me mira y esboza una sonrisa tranquila—. Y me refiero a usted, hermosa princesa.

Se me escapa una carcajada.

¿Yo una princesa?

—Lo dudo, pero me halagas.

—¡Mira! —señala hacia el norte, donde por la colina se ve a un montón de bestias gigantes y hermosas que corren juntos.

—¡Bisontes! —exclamo.

Aquellos grandes animales galopan unos junto a otros mientras bajan por la colina. Podemos ver a sus crías, que pese a verse pequeñas a su lado, en realidad, comparado con nosotros, son grandes.

Seguimos avanzando a través del bosque, el sol está cayendo y es nuestro momento favorito del día, porque los rayos se cuelan sobre las copas y bajan para tocar las flores, la hierba, los troncos...Incluso a nosotros. Ese día ambos pensábamos que estábamos a salvo, que Valeska no nos encontraría en aquel lugar tan apartado, en medio de dos naciones que parecían estar en tensión y guerra constante. Nos confiamos, había paz alrededor nuestro, pero eso no significaba que la paz estuviera ahí para ambos. Cuando pienso en ello mi corazón se oprime.

Era la calma antes de la tormenta.

Y al caer la noche, una ligera lluvia comenzó a bajar de las montañas.

—Una lluvia traviesa —dice él con ojos juguetones—, justo como yo.

—¿De verdad? —Le rodeo el cuello para besarlo.

Y ambos nos quedamos de pie sintiendo esas gotas húmedas empaparnos. Pero así como esa lluvia traviesa nos tomó por sorpresa, lo mismo lo hace la voz que suena a nuestras espaldas.

—Los encontré. —Valeska sale de entre la maleza a nuestras espaldas—. No podrían esconderse por siempre y menos aquí, en mi propio hogar.

—¿Tu propio hogar? —Răzvan se pone delante de mí.

—Para su desgracia...—Esboza una sonrisa gatuna—.Este es mi hogar y esta vez no vengo sola. Denle las gracias a mi padre.

Cuatro hombres salen para posicionarse junto a ella.

—A él mátenlo. No me importa cómo, solo háganlo.

—¡Corre! —grito.

Ambos saltamos por el risco en el que estábamos observando el paisaje. Bajando a toda velocidad, deslizándonos a causa del piso mojado y el musgo. Cuando llegamos al fondo, yo ya no aterrizo como una mujer, si no como un lobo. Răzvan y yo nos cubrimos las espaldas mutuamente, aguardado a que los primero de ellos lleguen. Un hombre de mediana edad y cuerpo esbelto es el primero en aparecer, y no se hace esperar para atacar. Parece como si tuviera la urgencia de hacerlo, eso me hace pensar que se les ha ofrecido alguna especie de recompensa.

Răzvan lo toma del cuello. El hombre se zafa y en un descuido, lo ataco por la espalda, derribándolo. Chilla una sola vez antes de que Răzvan le arranque la cabeza con todas sus fuerzas.

Los pasos que nos rodean nos alarman. No podremos escapar esta vez, son demasiados para nosotros.

Răzvan me mira y me pide algo a lo que yo me niego. — ¡Vete de aquí! ¡Escapa!

MI LOBA DE PRIMAVERADonde viven las historias. Descúbrelo ahora