Yehûdâh

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Días antes

en el infierno

—¿Vienes a burlarte otra vez de mí? —El hombre frente a mí se gira para volver a su ardua tarea de martillear las cadenas y el grillete que le cubre el tobillo.

—¿Burlarme? —pregunto.

Mi padre se ríe con ironía.

—Me has hecho esto muchas veces, Lucifer. Como si fuera capaz de caer de nuevo en tus mentiras.

Oh. Él piensa que soy el gran mentiroso.

—Yo no soy, el gran mentiroso.

—Eso es algo que el diría.

—Soy tu hijo —intento hacerle ver que no es una mentira, que soy mi yo real—. Me criaste en una cueva, escapé y aun así volviste a encontrarme, me cuidaste desde las sombras, a mí y a Ofelia...

—Sí, eso hice...—masculla sin siquiera mirarme—. Algo muy fácil de saber para ti, cuando pudiste mirarlo todo sin que te notara.

Suspiro exasperado.

Debe haber algo, una cosa que demuestre que no miento.

—Mi madre...—menciono aquello y eso lo crispa—. Nunca me dejaste saber quién fue o que le paso.

—No te atrevas a mencionarla, Lucifer.

Hay algo en su voz que me dice que ese tema no es de su agrado y sobre todo, que si lo llego a molestar, estaré en serios problemas con él. Sabía bien que mi padre nunca ha amado a nadie, ni siquiera a sus trece hijos, ni a la mujer con quien los engendro. El día que me confesó quien era, y que todos esos relatos en la cueva, eran su historia, un pedazo de su propia y extensa vida...Me sentí atascado entre una cruda realidad y un inmenso vacío, puesto que no sabía lo que realmente era yo. ¿Quién fue mi madre entonces? ¿Una hija de la noche? ¿Alguna humana? Había una sola cosa que sabía de ella, y no era porque él me la haya dicho.

—Nunca me dijiste su nombre, pero te escuchaba llamarla en sueños. —Levanto mi rostro.

Mi padre se pone en pie, dejando de lado esa postura encorvada. No se gira para mirarme, pero sé que sus ojos están fijos en las sombras saltarinas que danzan sobre la pared rocosa frente a nosotros.

—Christine —decimos los dos al mismo tiempo.

—No podrías saber eso, no hay forma en que lo sepas —entonces se vuelve hacía mí, avanzando despacio. Sus pasos son cautelosos y yo siento que de un momento a otro voy a terminar perdiendo mi calma, ¿en verdad es mi padre? Este hombre de aspecto roído y ojos solitarios—¿Răzvan? —pregunta.

Yo asiento despacio y contengo un par de lágrimas. Puede que no haya sido un padre excepcional, pero al fin y al cabo, era mi padre.

—Padre —lo llamo.

Se me acerca vacilante y levanta su mano derecha para tocarme el hombro, me toca una sola vez y retira en segundos su mano de forma alarmada y con ojos abiertos de par en par. Entonces dice. —¡Hay fuego del infierno corriendo en tus venas! ¡Por eso estás aquí! ¡En verdad eres tú! —exclama y ambos nos estrechamos en un abrazo. Él se carcajea, yo me le uno, me toca los hombros y me da palmadas mientras me observa atónito.

—¿Te duele? —pregunta.

—La verdad es que no siento nada. —Me encojo de hombros, porque ciertamente, no siento dolor alguno y además, no entiendo a que se refiere con fuego del infierno en mis venas.

—No has cambiado en nada —menciona.

—¿Cómo podría cambiar?

El mueve la cabeza, mordiéndose la lengua por haber mencionado algo como eso, quizá no hayamos pasado el tiempo suficiente para conocernos como se debe, pero decir que no he cambiado es algo innecesario, innecesario cuando me he quedado varado en este estado del tiempo.

MI LOBA DE PRIMAVERADonde viven las historias. Descúbrelo ahora