Día 2 - Tomados de las manos

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Tom ignoraba todo a su alrededor, hundido en su libro de artes oscuras que Harry le había dado por su cumpleaños. No era la primera vez que lo leía, pero era bastante satisfactorio leer sobre maldiciones que transforman la sangre en cemento mientras la señora Cole gritaba en la otra habitación y varios de los niños más pequeños corrían de un lado a otro.

Si tan solo pudiera hacer magia fuera de Hogwarts...

Bueno, si tuviera 17 ya no tendría que preocuparse por estar en Hogwarts o no, pero entonces tendría que preocuparse por ser descubierto. No había enfermedad muggle que llenara el cuerpo de un gas radioactivo y causara una muerte súbita e inexplicable.

Su planes no involucraban ser un fugitivo y vivir escondido en el mundo muggle. Si todo salía como debía ser, tomaría control del ministerio y cambiaría algunas cosas que mejorarían la calidad de vida de brujas y magos de todo el mundo. Ya no habría niños como Harry y él, maltratados por ser diferentes en un mundo al que no pertenecían. Si los padres o tutores no deseaban ser parte del mundo de sus hijos, bien podían renunciar a ellos, olvidarlos, y dejar que su magia floreciera en un ambiente digno y seguro.

No más obscurus. No más niños mágicos perdidos en el mundo muggle. No más abuso por parte de aquellos que temen lo desconocido.

No más dolor.

Y hablando de dolor.

Harry entró a la habitación y cerró la puerta. Tenía los ojos rojos e hinchados y no levantó la mirada del suelo ni cuando Tom cerró su libro con más fuerza de la necesaria. Sujetaba una de sus muñecas con una mano, y un moretón comenzaba a formarse en una de sus mejillas.

Tom se levantó de golpe y se acercó a Harry, quien se encogió sobre sí mismo al presentir el enojo del mayor. Tom lo tomó de la barbilla y levantó su rostro. Sus lentes estaban rotos, de nuevo. Tom suspiró y lo llevó a su cama.

—¿Quién fue? — preguntó secamente.

Harry no respondió. Desvió la mirada y se encogió de hombros.

—Harry — advirtió, tomando la muñeca lastimada.

No estaba rota, sería más rápido curarla y no dolería tanto. Desde primer año, el profesor de pociones le enseñó a Tom a preparar la poción crece huesos después de que él casi le rogara y demostrara ser bueno en la materia. Slughorn creía inocentemente que Tom solo tenía curiosidad y, después de tantas peleas con los sangre pura engreídos de su propia casa, aceptó enseñarle para que no se terminara todas las pociones de ese tipo que Madam Ponfrey guardaba en la enfermería.

Tom siempre guardaba varias botellas de la poción para usar durante el verano. Era precavido. A pesar de todo lo que Harry y él habían demostrado, algunos de los niños más grandes, los nuevos más que nada, querían ganarse el respeto de los demás al lastimar a uno de los raros. No importaba que los demás trataran de advertirles que siempre pasaban cosas cuando se metían con ellos.

Idiotas.

Harry tomó el vaso de poción que Tom le dio y se recostó dándole la espalda al mayor. Se hizo un ovillo sobre el colchón y no reaccionó ni cuando Tom le quitó las gafas de su rostro. Tom sabía que Harry ya se había encerrado en sí mismo. Lo que sea que hayan hecho, lograron que Harry regresara a ser el pequeño y callado niño de ocho años que llegó a la casa después de ser abusado por sus tíos toda su vida.

Tom apretó los puños y rechinó los dientes. Tan pronto descubriera quién se había atrevido a atacar a Harry, quien fuera tendría un par de serpientes molestas en su cama. Quizá una o dos mordidas. Y dependiendo de qué es lo que habían hecho, decidiría si con el susto bastaba o tendría que buscar unas serpientes venenosas.

Por el momento, se acostó junto a Harry y lo abrazó contra sí mismo. Tomó una de sus manos, la que no se había lastimado, y apretó tan fuerte como se atrevió sin lastimar más al menor. Habló sobre las maldiciones de su libro. Las enlistó una por una de la que más le gustaba hasta la que le parecía más asquerosa. Habló y habló hasta que sintió que Harry se movía.

El menor giró hasta quedar frente a frente y recargó su cabeza en el pecho de Tom. No soltó su mano en ningún momento, y después de otro rato, también la apretó.

Tom siguió hablando de lo que se le ocurriera, más calmado ahora que Harry había vuelto a sí mismo. No intentó preguntarle a Harry qué había sucedido de nuevo, ni quién había sido. Solo siguió hablándole y tomándolo de la mano.

Al día siguiente, cuando encontraron a Piers Polkiss llorando y vomitando, encerrado en uno de los armarios del sótano, no se sorprendió al notar que le faltaba una pequeña botella de veneno simple.

Igual iba a buscar una serpiente, no venenosa, para que se grabara mejor el mensaje.

Evil grows in meDonde viven las historias. Descúbrelo ahora